lunes, 7 de mayo de 2012

¿Madre?

Marina Cabrera Vázquez

-          ¿Me dolerá mucho?

-          No, sólo sentirás el primer pinchazo, ya lo demás no lo vas a sentir.

-          Tengo mucho miedo, no quiero desangrarme.

-          No dejaré que lo hagas, tú tranquila que en esto ya tengo experiencia.

La joven calla sobre aquella cama de sábanas floreadas; las cortinas están completamente cerradas, y aunque intente desviar su mirada con los grumos que se formaron con el yeso sobre el techo, el primer pinchazo le desgarra el alma, el dolor insoportable la hace gritar.

-          Quieta, quieta que te puedo lastimar, no te me vayas a mover por ningún motivo.

-          Es que me duele mucho.

-          y te va a doler más si te sigues moviendo, si no estuvieras tan cerrada podría hacerlo más rápido.

-          Debí tomarme la pastilla.

-          Debí, debí, lo que no debiste fue abrirle las piernas a cualquiera; hombres, les bajan el cielo, les meten la pata y terminan dejándolas panzonas y solas, a ver si a la próxima te fijas con quién… ya está.

El chorro de sangre de inmediato brotó como fuente, y la niña asustada al verlo perdió el conocimiento.

No se sabe cuánto tiempo después:

-          Ya salió todo ¿lo quieres ver?, ahí stá en la bolsa de plástico, ya lo tenías retegrandote, me costó un buen de trabajo sacarlo todo, a pedazos, pero salió. Me vas a tener que pagar más eh, porque esto no te lo hubiera hecho cualquiera y menos con lo panzona que estabas.

Con un palidez completa se quedó observando la bolsa negra por unos momentos, apretó los labios y regresó la mirada  hacia la vieja curandera que le había “ayudado”.

-          ¿Cuánto le voy a deber?

-          Cien más de lo que te había dicho, y mira que te lo estoy dejando barato, nada más porque te veo bien escuincla. Ya te puedes poner tu ropa. ¡Ah!, casi lo olvidaba, vas a tener que ponerte una toalla por un tiempo, porque el sangrado te va a continuar, tal cual como si anduvieras en tus días.

Itzel tomó la falda de colegiala, los calzoncillos con estampado de corazones  y se vistió, sin querer mirar de nuevo la bolsa plástica de la esquina. Sacó de su chamarra el dinero, se lo dio a la anciana, y adolorida salió sin llevar con ella nada más que su propia existencia.

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