domingo, 29 de abril de 2012

Cuando pasa la infancia

Luis Ricardo Guerrero Romero

Pero al pernoctar el recuerdo en un vagón de aquella región, el amable maestro de quien nunca se supo su infancia, porque él no era precisamente de ese lugar de donde solía impartir las clases de matemáticas, de donde le solían pagar un par de gallinas por cada quincena de trabajo. Seguramente él no había planeado así su futuro, ni mucho menos así su profesión, pero no le quedaba más que recordar que tal ves todo fue debido a su pasado, un pasado que nunca jamás quiso mencionar, hasta estar en su lecho de muerte, donde me departió de cuando pasa la infancia…

El profesor Balbuena ciertamente nunca fue el mejor de su carrera, sin embargo solía hacer las cosas lo mejor que se pudiera, en vistas a poder concluir para luego con su paga, llevar un poco de suerte a su desafortunada casa. En su casa, jamás nadie había estudiado hasta el nivel en el que él se encontraba, mas luego del dejar pasar los años, −como si uno les diera permiso de pasar− Balbuena se vio frente al espejo con una toga y su birrete y se sintió todo un gran profesionista, pues la cultura le había hecho pensar que el habito hacia al monje, partió a el lugar donde se encontraban sus demás colegas, que ciertamente eran más sus rivales desde ese día, y pronto de una docena de fotos regresó a su casa con el corazón henchido, unos abrazos de sus padres otros más de sus hermanos y el mismo abrazo que él se dio, antes de ir a dormir. Recordaba tal vez una antigua felicidad que otrora le había surgido, la felicidad de ser niño. Balbuena antes de morir me lo dijo y ahora yo te lo cuento, y lo que cuento es que, uno no sabe bien, de cuando pasa la infancia. El sentimiento pueril nunca deja de suscitarse en el hombre, −me decía mi maestro-, el sentimiento de niño, termina en este momento, en el de la muerte, precisamente aquí se deja de ser niño y se convierte uno en hombre. –realmente no le entendía a mi maestro de matemáticas, siempre tan preciso, tan exacto y calculador, y ahora junto a un rosario de cuentas, 50 y una cruz, parecía divagar en un asunto del que nunca imagine me podría contar. −Escúchame bien mi más ilustre estudiante, la infancia nunca termina sino hasta este momento, en el instante en el que enfrentas a la muerte tu solo, sin tus padres, sin tus amigos y amigas, con alguien que te escuche, es demasiado. Te admiro por ser a mi lado. –Reiteraba Balbuena-. –Profesor Balbuena, dije, por qué pensar en algo que ha pasado hace ya muchos ayeres en este momento, no tiene que pensar en su infancia, eso ya lo dejo usted años atrás, ahora agradezca los frutos que ha venido cosechando, −¡no, aun no me has entendido!, yo nunca he dejado de ser niño, jugaba a los números con ustedes, jugaba a los exámenes con ustedes, a los cincos y a los diez, a los compórtate como estudiante también jugaba, jugaba sencillamente a vivir, todo en mi vida, que hoy parece acabar era un ludus, porque en los juegos se gana, se pierde, se ríe, se llora, se convive o se puede jugar solo, pero con esto de la muerte, no puedo jugar, en este soplo no puedo jugar más, y creo que he vivido una infancia perene- parcial, un juego de vida, una vida de juego, ahora ya no más, se me acaba totalmente el juego, se me acaba totalmente. –Entonces, pensé estar comprendiendo lo que Balbuena me decía, y lo compartía era una lección de vida, o una lección de muerte, donde comprendía que los 30 de abril no eran los días de los niños en su totalidad, sino que cada minuto uno es nuevamente niño, pues las facultades del niño, son tan efímeras como las facultades de cualquier adulto o joven, que los minutos y problemas de joven, son tan importantes como los de un anciano y del niño, que las matemáticas, hicieron de Balbuena el hombre más infantil. ¡Yolanda!,−me dijo mi casi antiguo profesor−, Yo no creo en que la vida termine de un hálito, ni creo que el hombre sea menos etéreo que los números, creo que cuando acaba la niñez es cuando decides dar muerte, y yo decido seguir jugando, pero la muerte humana decide jugar conmigo, como una niña juega conmigo, Yolanda, Yo-lan-da, Yo…. −y Balbuena suspiro, como cuando de niño abrazaba a su madre, como cuando de niño jugaba a las alegrías.

En mis tiempos…



No sé si otras culturas tengan la misma nostalgia hacia un pasado glorioso que se fue y no volverá, aunque en este momento recuerdo Media Noche en París de Woody Allen y precisamente de eso trata, de un pasado glorioso que no volverá y que todos añoran.

En ese sentido, siempre escucho a adultos o jóvenes adultos diciendo que en sus tiempos la infancia era mejor, se podía salir a jugar, no había obesidad infantil ni peligros en la calle. Los más atrevidos podían iniciar la aventura de su vida e irse de excursión a La Cañada del Lobo en la Sierra de San Miguelito.

-Los niños ya no juegan, están todo el día pegados a la computadora o al play sation.

Yo me pregunto, ¿y? A fin de cuentas eso del pasado glorioso a verdad que no fue tan glorioso. Ya había pandillas, drogas y asesinatos, las mamás ya prohibían ensuciarse, alejarse y juntarse con los vagos. Lo único que ha cambiado es que tu maestra de kínder no tenía que entretenerte con canciones de Cri-Cri mientras afuera se baten en duelo. Además, antes no había ni computadoras ni play station.

Que si corrías libremente por la calle y andabas en tu bicicleta es porque no había, eso es porque no había tantos carros que te atropellaran. Que si no te pasabas el día jugando con la consola, es porque las maquinitas te salían muy caras. Que si se comía más saludable, es porque ahora las mamás trabajan y tienes que comprar lo que vendan en la escuela.

Que si los maestros no enseñan y los niños no aprenden. Que si somos de los últimos en educación, que si los niños no saben leer. Pero los maestros ya no maltratan a los niños y “la letra con sangre ya no entra”.

Y si los niños sólo quieren ver televisión, checar su face y jugar angry birds, ¿qué?

Si crees que tu infancia fue feliz, déjalos ser felices a ellos y no intentes amargar tu niñez como creías que los adultos amargaban la tuya.



Pinche chiquilla


De niña nunca me imaginé a mi misma yendo a trabajar por la mañana, la corbata, los zapatos lustrosos y el maletín, las cosas que asociaba a lo profesional, artículos masculinos rodeaban ese pensar lejano de los objetos que jamás usaría o veía propios de alguien más.

       En mi infancia tuve el privilegio desgraciado de pensar acerca de cosas poco profundas pero poco superficiales; en casa me gustaba por ejemplo ver a mi madre cortar cebolla rápida y perfectamente en la cocina, me preguntaba si esos cubitos podrían ser más pequeños, hasta que un día me atreví a usar un cuchillo clandestinamente y comprobarlo por mi misma, del resultado sólo recuerdo el olor desagradable de mis dedos.

       En la escuela divagaba igual, en una ocasión leí de la pobre biblioteca de la primaria una brevísima biografía de Sor Juana llena de dibujos, entre ellos uno que mostraba a la pequeña genio cortándose el cabello a falta de memoria, me pregunté durante mi lectura si podría haber algo tan difícil de aprender que la dejara calva. Así mi mundo infantil se compuso de pensares perecidos a los olorosos cuadritos de cebolla y la calvicie prematura de Juana de Asbaje, la profesión futura no pasaba por mi mente.

      En alguna ocasión un profesor nos preguntó a uno por uno qué queríamos ser de grandes, sería hipócrita afirmar que recuerdo lo que respondí. Pero gracias a otro recuerdo tengo una respuesta quizá cercana a lo que pude haber sino dicho, deseado. Yo veía los calendarios multigráficos de mi casa por todas partes, todos regalos de los locales cercanos, que mostraban montañas genéricas, valles estériles y cascadas predecibles pero bien presentadas, me imaginaba a mí misma fotografiándo esos escenarios, mi gusto por los calendarios ha durado desde ese entonces; a los once años en National Geographic Channel (programa que descubrí gracias a la revista que coleccionaba por las imágenes) lanzaron una convocatoria para contratar fotógrafos, aquí vino mi primer atisbo de vislumbrar un futuro profesional: mamá, quiero ser fotógrafa. Ella rio, pero no fue de esa risa causada por una sana ocurrencia, fue una risa de timbre corto y despectivo. Dejé los calendarios por un tiempo.

       Después me adentré en el dibujo gracias a mi hermano, siempre fuimos cómplices de juegos y yo siempre estuve pendiente de su influencia; él solía dibujar y durante un largo tiempo yo sólo lo observaba, después cómo era de esperarse tomé lápiz y papel, hacía dibujos menos animescos que mi compañero, los ojos realistas y el cabello detallado destacaban en mis formas, más tarde mi hermano dejó el dibujo y yo terminé por hacer retratos; no le dije a nadie “quiero ser retratista” (o cualquier cosa que tuviera que ver con el dibujo), ni a mí misma,  quizá por que ya lo hacía. El secreto duró años hasta que a los trece una de mis amigas lo descubrió y me robó la idea. Yo escribía pequeños cuentos y los ilustraba con una o dos imágenes, aquella amiga optó por hacer lo mismo y tiempo después dijo que quería estudiar diseño gráfico... si alguna vez me pasó por la mente lo dejé de lado.

       Otro de mis hábitos era poner atención en la forma en la que las personas se dirigían a otras. A los diez años a uno de mis compañeros de clase se le ocurrió llamar "señora" a la maestra, el hecho nos causó risa y él nunca dejó de hacerlo, todos sabíamos que no era propio, pero no sabíamos exactamente porqué. Así también me di cuenta de que los compañeros que llamaban por su nombre a sus padres en lugar de papá o mamá, eran los más groseros en clase; en mi familia  pasaba algo relacionado, descubrí, no recuerdo si por casualidad o por ingenio, que a la madre de mi padre le molestaba que no la llamáramos "mami", poco después les revelé a todos mis primos el secreto para poder molestarla con una sola palabra: abuela. Ella solía responderme con otro término: chiquilla; eso realizó conmigo y varios de mis primos durante muchos años hasta hoy, lo cual me hizo pensar otra cosa: fuera cual fuera la edad, si ella se molestaba con nosotros, el término para denotarlo era el mismo, siempre acompañado de una mala palabra de su amplio repertorio: mugre chiquilla, piche chiquillo, cabrones chiquillos.

       Quizá dejé de preocuparme de un futuro profesional desde antes de saber que lo pensaba, sigo pensando más bien, no tanto por gusto sino por inercia, en sor Juana y  sus sonetos que me recuerdan su calvicie prematura, ya no me acerco a los cuadritos de cebolla porque soy quizá psicológicamente más sensible a ellos por haberlos destazado casi al infinito, aunque continúo  pensando en ellos, y sigo sin imaginarme a  mí misma yendo a trabajar por la mañana  con la corbata, los zapatos y el maletín que jamás usaría por que los veo propios de alguien más; me gustaría decir que por esto y por mi historia de fotógrafa y de retratista frustrada no me queda mas que ser escritora, pero no, no soy más que una pinche chiquilla que escribe por placer.

viernes, 27 de abril de 2012

Infancia perdida

Al enfrentarme con el problema de crear algo para la niñez lo primero que me cruzo por la cabeza fue un cuento. Nada surgió. Luego pensé en un artículo, y aunque vi variantes y posibilidades todo (como el April March mencionado por Borges) tenía un mismo resultado: una exaltación de mi anarquismo pesimista. Me di cuenta que el común denominador de todos mis infructuosos intentos era "la infancia de ahora está (en muchos sentidos) perdída", por lo que finalmente decidí, con un patético sentimiento poético, dar unos cuadros que he visto de lo que hoy es nuestra infancia:

* Esos jovenzuelos competencias de "inmigrantes" pidiendo, si no exigiendo, si no mercando, ese mísero peso que les quite el hueco de la panza.

* Esos que se ocultan en las casas, alienados por completo del mundo, ganando por enésima vez  este juego o riendo nuevamente aquél chiste en Nikelodeon

* Los que imitan las telenovelas y se plantan frente a las niñas exigiendo (ahora sí) hacerles el amor (generalmente con otras palabras).

* Aquellos que hablan de vicios como lo mejor del mundo y se presumen los productos y las dosis injeridas)

* Estotros preparados para entregarse a la thug life, con su porte de guerreros y sus mentes cromañonas.

* Los todos hablandose a mentadas, perdido el respeto a las palabras, sus iguales e inclusive la figura de autoridad.

jueves, 26 de abril de 2012

Una vez



Aún vibraba en el ambiente el último acento del arrullo agonizante con la noche. Los monstruos que acosaban con sus garras el colchón de Gerardo habían muerto hace ya mucho tiempo. Esos gruñidos desaparecieron cuando empezó a esconder bajo su cama las imágenes y rostros que le quitaban el sueño. Sus pesadillas cobraban vida como si la obscuridad las llamara, inmensas consumían la alcoba con sus fauces mostrando un mundo perverso, un paraíso exuberante de frutos prohibidos. Había dejado de ser niño, pero no era un hombre que pudiera soportar su angélica maldad. La Noche se colaba por los poros del muro, el viento mugía de dolor. Todo tenía el aspecto de un sueño bárbaro y profundo, de un laberinto. Aquella inmensidad amenazaba con derrumbarse, miles de ojos, pausados por la eternidad que reina sobre ellos, parecían sentenciar a muerte la infancia que moría esa misma noche.

Gerardo apretaba su rostro y comenzaba a llorar para que su madre le oyera, está vez su llanto no llegó tan lejos, cuando se trata de crecer no se detiene el tiempo. Recordaba los juegos, las travesuras, pero nada de eso era igual, ahora eran mosaicos de un pasado que estaba por marcharse para siempre con la aurora. Intentaba cerrar los ojos y al abrirlos estar lejos, muy lejos de casa. Pero no se trataba mas, de un juego. El reloj balaba la hora de comenzar a vivir bajo un nuevo cuerpo sin alma. Gerardo contaba los minutos con el latido de su corazón.

¿y es qué a quién no lo da miedo dejar de ser niño?

miércoles, 25 de abril de 2012

Niños asesinos

Margarita Orozco Escamilla

Cuando nos damos cuenta de que no todos los niños gozan de una infancia adecuada surge la pregunta ¿Es menester ganarse a pulso el derecho a vivir la niñez en una forma sana, despreocupada de los asuntos de adultos y sobre todo digna para el presente y futuro de la criatura? Es indiscutible que no todos han sido acreedores a pasar los primeros años rodeados de juegos, cariño y lo necesario para luego recordar esos años como los mejores de la vida ya que muchos infantes por diferentes razones han nacido para en muy pocos años convertirse en adultos chiquitos. Basta con verlos trabajando en arduas tareas, con el hambre y el frío reflejados en sus caritas y desnudas pieles, soportando muchas veces el mal trato de mayores, sobre todo de adultos que por el vínculo de consanguinidad debieran estar más al pendiente de ellos.

Hace varios años leí en un periódico la noticia de un jovencito de dieciséis años que había dado muerte a su papá con certero balazo en la zona pulmonar. Intrigada por la causa para tal proceder me enteré líneas más abajo del encabezado de tan macabra nota que se trataba de un caso más de abuso cometido sistemáticamente por un hombre contra su esposa, a la que continuamente sometía a duros golpes, insultos y malos tratos. El chamaco presumiblemente había estado presenciando tal proceder de su padre por tiempo inmemorial, hasta que lo ultimó, todo por defender a su madre.

El chamaco de inmediato fue remitido a las instancias policiales para que se le practicaran todo tipo de pruebas y se ejerciera la ley en su contra por tan desgraciado asunto. A sus dieciséis años tenía que vérselas con la justicia y con espantosos recuerdos en su conciencia.

Cabe preguntarse cuando dejó de ser inocente un joven que venía viviendo el infierno familiar ejercido violentamente por un padre de tal calaña. ¿Cómo transcurrieron en esa familia los años previos a la muerte del occiso a manos de su hijo? Más aún, ¿Cómo transcurrió la infancia del padre asesinado? ¿Es que el hombre mismo sufrió también desde pequeño los abusos de otro padre inmisericorde con su familia?

Son infinidad los casos registrados sobre pequeños que sobreviven a los más crueles y severos tratos de parte de los adultos que ejercen sobre ellos la patria potestad: sus mismos padres. ¿Con qué derecho se condena a un ser indefenso a la amargura de sus primeros años marcados por el desprecio hacia sus tiernas personas y al gran peso de tener que cargar con crímenes que de otra suerte no hubieran siquiera soñado en cometer?

martes, 24 de abril de 2012

La infancia actual

Cecilia Flores Sandoval

¿Quién fuera niño otra vez? Tener siete u ocho años para correr en el patio de la escuela, enviar cartas al niño Dios en navidad y jugar toda la tarde. La infancia es una de las épocas más agradables de nuestra vida, en esos años maravillosos el juego era lo único que importaba, la escuela no resultaba pesada y los problemas que teníamos ahora nos parecerían insignificantes.

 Cuando hablamos de nuestra infancia casi siempre tenemos buenos recuerdos, sin embargo esos años fueron muy diferentes para cada persona y podemos verlo en la diferencia de generaciones. Nuestros abuelos jugaban en la calle, que era muy segura, con juguetes a veces hechos por ellos mismos y que eran muy sencillos.

A nuestra generación le tocó la aparición de los primeros videojuegos y de las películas infantiles en el cine, pero nunca nos olvidamos de los juegos tradicionales de la calle: la cuerda, el bebe-leche, el stop, el elástico entre otros. A pesar de que ya no era tan seguro salir de las casas, podíamos jugar a las escondidas en la casa o a algún juego de mesa.

Los niños de ahora son muy diferentes, para la mayoría la tecnología es mucho más divertida que cualquier juego en exteriores. Además, la televisión les ha influido mucho, así como el internet, las redes sociales sobre todo. Actualmente los niños pasan varias horas frente a la televisión o en la computadora, cosa que es alarmante.

La infancia de ahora ya no es como la de antes, podemos darnos cuenta de ello si tenemos un niño cerca, su concepto de diversión no es el mismo del que nosotros teníamos en nuestra niñez, y menos el que tenían nuestros abuelos o nuestros padres. El niño de ahora tiene acceso a la tecnología y ha cambiado su relación con el exterior.

Algunos niños ya ni siquiera pueden tener amistades fuera de las redes sociales, les es imposible entablar una comunicación en persona y prefieren pasar largas horas frente a la computadora que salir a pasear en bicicleta o ir al parque a jugar futbol. La infancia ha cambiado y está más cerca de una especie de adolescencia temprana que de una niñez sana, los niños tienen mucha información que les ofrece el internet, la cual puede llegar a ser muy peligrosa, y es evidente que han cambiado los libros por los juegos en línea.

Es importante recordar que a pesar de que los niños prefieren la red que el exterior, aun podemos invitarlos a hacer actividades recreativas al aire libre y hablarles sobre los peligros que se pueden encontrar en línea. Esforcémonos por regresar a los juegos sanos y a la infancia antigua que es hermosa, por ello hay que rescatar a los niños del exceso de televisión e internet, introducirlos a la belleza de la lectura y el deporte para que formemos niños sanos.


sábado, 7 de abril de 2012

La Pasión


-R-

Fue un domingo, hace años, que entré por esa calle; la gente en la banquetas a ambos lados con banderitas, gorritos… festejaban. No a mí, yo solamente pasaba. Nunca pensé permanecer; eso no es para mí, no desde que escape de casa, joven aún y me dediqué a prodigar los efectos curativos de ciertos productos naturistas para sobrevivir, pero por alguna extraña suerte del destino encontré un motivo para estar.

Siempre he procurado permanecer menos de un mes en un mismo lugar, en lo que acabo con el mercado en ese pueblo o ciudad, y me traslado al siguiente, constantemente en una ruta improvisada, pero en esa ocasión algo cambió… aunque no puedo definir exactamente el qué. Digamos que fue como una revelación, aunque no espiritual, sino más bien de la carne.

Fue con una clienta, de esas que busco de puerta en puerta, a las que predico con el ejemplo (tomando frente a ellas esta pastillita, untándome aquella pomada) para una mayor atención y credibilidad. No sé qué le vi, pero tras venderle mis milagros por un módico precio y marcharme sentí la necesidad de regresar a ofrecer todo el repertorio, inclusive las que prometían una juventud más longeva, a pesar de que era o aparentaba ser desvergonzadamente joven. La solución me llegó de ella, que me gritó, preguntando si podría pasar dentro de dos semanas, por si necesitaba otra cosa.

Se llamaba María de la Cruz. Los supe después, cuando volví a verla, siempre oculto tras los olores de mi medicina alterna. Cuando decidí que me quedaría en ese lugar procuré conseguir donde vivir, y conseguí un cuartucho vecino del de una pareja joven, que de inmediato intimo conmigo debido a sus necesidades sexuales y mi disponibilidad. Él era Juan José y ella Juana María y con ellos, además del sexo, conocí muchas cosas, como ese cerrito a espaldas del pueblo que me conquistó con su atardecer exquisito.

Pasó el tiempo y aunque conocí más personas e incluso tuve una o dos relaciones afectuosas no podía dejar de ver a Crucita, pensarla e incluso imaginarla en el cuerpo de Juana cuando se lo hacía. Y creo que fruto de esa mentalidad fue que Juana María creyó que yo estaba enamorado de ella, al punto que un día, sin Juan presente, pasó a mi cuarto y me beso, acarició y lo hicimos de una manera tan diferente a la de siempre, que creo que fue amor. Para estos tiempos me enteré que el objeto de mis pasiones tenía una pareja, un dandi que le prometía el mundo y nunca le cumplió, por lo que yo no tuve problema en tomar mi vendetta privada utilizando el amor de la Juanilla. Aunque claro debí pensar que no duraría mucho.

Además de nuestros encuentros furtivos seguíamos teniendo relaciones con Juan, quien debió ver que el modo de tratarnos su pareja y yo fue distinto, al grado que un día, con Juana del brazo, se presentó en mi puerta y me informó que nuestro juego había terminado y me pidió que no volviera a buscarlos. Dos semanas más tarde se marcharon del cuarto. Yo entonces comencé un declive emocional, causado mayormente por sentir que ya no podría ejecutar mi venganza. La desesperación me hizo tomar decisiones erróneas, como el hecho de declarar mis sentimientos por Crucita. Ella me rechazó. Desde ahí todo empeoró. La desesperación se volvió tal que un día le armé tal escándalo que su novio se sintió en la necesidad de llamar a la policía, quienes, por sus ordenes, me molieron a palos. Cuando creyeron que moriría el comandante se “lavó las manos”, ordenó que me dejaran en algún callejón y me dieran un par de puntapiés más, por si acaso.

Su plan falló y sobreviví. Como pude llegué al cuartucho y me encerré hasta que hubo mejora y pude moverme sin tanto dolor. Entonces decidí que si no era por las buenas sería por las malas. Con una calma fúrica comencé a espiar la rutina de Cruz y su novio, y cuando estuve seguro de cómo saldrían las cosas me deslice dentro de la casa de mi amada y la violé. Así, tal cual. La amordacé y jugué con ella y su terror hasta que sentí que no podía más. Entonces le abrí las piernas y la penetré. Mi furia era tanta que no noté que le presionaba el cuello hasta el momento en que pensaba irme. Mi mano dibujó un rastro morado en su garganta, ella no se movía. No sentí que hubiera hecho algo malo, muy por el contrario decidí que, debido a que no podría resistirse, me la llevaría. Me la puse en el hombro y caminé. A medio trayecto de la casa reconocí la silueta de aquel cerrito recortándose en los primeros albores del día y decidí ir para allá. No hubo nada que me detuviera, ni una sola persona que me gritara alguna obscenidad, nadie que me ofreciera agua ni una toallita para secar el sudor, mucho menos alguien que pudiera ayudarme con mi carga. Sólo caminé y caminé, con la Cruz a cuestas.

Semana santa 1967

Margarita Orozco Escamilla

Recuerdo a mis padres siempre, sobre todo en fechas memorables en las que quienes les hemos sobrevivido hacemos recorridos mentales de nuestras infancia al abrigo de ese matrimonio ejemplar que formaron por tantos años de feliz convivencia en la que todo era respeto, cariño y sobre todo obediencia a sus preceptos y mandatos. Una vez que emitían una orden no había hermano o hermana que se saliera del redil y dócilmente cumplíamos sus deseos, que casi siempre eran en nuestro beneficio, hasta cuando nos obligaban a comer algo que nos desagradara o a recoger el tiradero de juguetes que dejábamos luego de un rato de esparcimiento, siempre y cuando los deberes escolares estuvieran acomodados en las respectivas mochilas.

Todo era obedecer. Mamá vigilaba que nuestros uniformes fueran planchados y almidonados por Guillermina, la fiel mucama de tantos años; almidón que me causaba un tremendo escozor en el cuello y los puños, pues el componente para endurecer las áreas de las límpidas blusas era de una consistencia áspera y lijosa. En mi caso, siempre con pelo largo y que como mi abuelo Salvador decía, le recordaba el trigo en los campos, mi madre me peinaba con dos trenzas gruesas y largas, que acababan con primorosos moños blancos de listón brillante. Los choclos negros debían estar boleados, su piel reluciente y lustrosa luego de varias pasadas con el cepillo y la cera que contribuía a darles ese acabado de espejo negro. Siempre me pareció que el rigor que mis padres imprimían en nuestra formación era semejante al que se vivía en una academia militar; todo orden, todo al punto. Tareas y trabajos inmaculadamente presentados y que ganaban estrellitas adheribles al papel en figuras engomadas al reverso y con vivos colores al anverso. Mi hermana Carmen era quien mejor se desempeñaba tanto en casa como en el colegio y para ella tanto asistir a clases como estar de vacaciones era prácticamente lo mismo: rigidez en su rutinario comportamiento.

No era lo mismo para mí. En cuanto sonaba la campanilla anunciando el fin de clases el último viernes antes de las anheladas vacaciones escolares yo salía presurosa, arrastrando la mochila por los pasillos a correr por el patio y salir a encontrar el carro en que mamá nos recogía para llevarnos a casa. Desde ese momento me transformaba soltando los apretados nudos de mis cabellos para dejar libre una melena leonina. Aventaba los zapatos y la armadura de la blusa para quedar en una simple playerita para aguantar mejor el calor en un auto sin aire acondicionado y a temperaturas que por las fechas de Semana Santa fácilmente rebasaba los cuarenta grados.

Mis vacaciones transcurrían entre juegos y travesuras. Lo que más me gustaba era cantar a dúo con una Rocío Durcal que en aquellos tiempos tenía diecisiete años y entonaba letras como “Don Quijote”, “La niña buena”, “Acompáñame”. Mi mayor lujo era oír la voz de la españolita en una gran consola donde también oíamos música clásica, a Pedro Vargas, Libertad Lamarque y otros de épocas lejanas, grabada en pesados discos long play

Un viernes Santo, el de 1967, tenía yo diez años, y luego de comer en familia rezamos el Vía Crucis dirigidos por mamá y ante el contrito semblante de papá. En cuanto el rezo terminó le pedí a papá que pusiera en la consola el disco que tanto agrado me causaba y él se negó, cosa rarísima en alguien tan consentidor de gustos sencillos. Se quedó muy serio y me dijo que era Viernes Santo, que si acaso yo no sabía que Cristo había muerto precisamente a esa hora en que yo, irreverente, pretendía cantar olvidando el martirio en la cruz. No, no era posible en toda esa tarde tener otro pensamiento que no fuera la dolorosa pasión de Jesús. Triste me quedé por no poder escuchar y cantar a la par con la linda Rocío, para en su lugar meditar en mi pensamiento de niña el suplicio de Dios hijo en la agonía de sus últimas horas.

Ahora, tantos años después me pregunto dónde quedó ese fervor, ya que a lo sumo en Semana Santa lo que más viene a mi mente es la holganza, y si se puede, que sea en una playa, con breve atavío, la melena desgreñada con voz desafinada por los alcoholes, pero siempre siguiendo a la melodiosa Rocío en su inolvidable “Amor eterno”.

Viernes de dolores

Hugo Enrique Torres Loredo

El ritmo del flamenco y la obscuridad del bar lo hacían sentir que estaba en una taberna española. Siendo parte del elenco de una película de Almodóvar, protagonizada por Penélope Cruz. En realidad, Dany nunca había viajado a España, nunca había estado en una taberna española, no sabía si Almodóvar había filmado una película con un escenario como ese y mucho menos había visto una película de Penélope Cruz donde ella fuera bailarina de flamenco. Pero él así lo imaginó.

El redoble del tambor lo trajo a la realidad. Estaba en el segundo piso de un bar del que nunca supo el nombre y si lo supo lo olvidó. Sentado junto a la ventana, que daba una vista magnífica de la Plaza del Carmen. El imponente templo barroco a la izquierda, y al frente un bellísimo palacio colonial, convertido ahora en Museo de la Máscara. Y entre la iglesia y el museo, la joya de la corona, el monumental Teatro de la Paz, una construcción inspirada en el mundo helénico, coronada con un águila porfiriana.

La plaza entera, incluidos los jardines, bancas, fuente, escalinatas, rincones y recovecos era invadida por cientos de personas, todas espectadoras de la Procesión del Silencio, la mayor muestra del fervor católico de la ciudad, una marcha fúnebre que representa el tormento y calvario de Cristo y María, la Virgen.

Esa noche el bullicio de la gente, los tambores y trompetas eran insignificantes, para él lo verdaderamente importante era que estaba acompañado por Gaby, una de sus mejores amigas. Ella había terminado una relación de algunos años con su novio, y habían ido a aquel bar a ahogar las penas de amor con alcohol.

Al llegar el lugar estaba vacío y los meseros les avisaron que esa noche tendrían un show de flamenco, cosa que no les importó en lo más mínimo, pues ella iba a llorar por el amor perdido y él a escuchar y apoyar a su amiga.

Pidieron una botella del mejor tequila y tras la primera copa empezó el lamento de Gaby. Danny como el mejor de los amigos escuchó, consoló y aconsejó lo mejor que pudo, aunque por dentro se preguntaba ¿qué podía él aconsejar?, si en asuntos del corazón tampoco había tenido suerte.

Algunas horas después comenzó el show. Hasta entonces habían permanecido aislados por su conversación y no se dieron cuenta en qué momento el bar se había llenado. Gaby estaba más tranquila o al igual que Dany un poco ebria. La voz de la cantante los hizo salir de la burbuja de desamor en que estaban inmersos. Era una mujer gorda que cantaba divino, aunque como la mayoría de los españoles, inentendible lo que decía o en ese caso cantaba.

El ambiente no podía ser mejor. Afuera, la plaza a oscuras, iluminada sólo con las luces de las cofradías, el redoble de tambores, trompetas y sainetes dedicados a la Virgen; adentro el bar iluminado por velas, la voz nostálgica y la música creaban el ambiente perfecto para lo que pudiera surgir.

Sin saber cómo, Dany empezó a intercambiar miradas con uno de los chicos del grupo. Era el más joven, tocaba el tambor y se llamaba Sebastián, aunque al día siguiente Dany no estaba muy seguro del nombre.

Las miradas y risas coquetas entre Dany y Sebastián siguieron durante la primera parte del show, después la cantante anunció un intermedio de 20 minutos, prometiendo volver para seguir amenizando la noche.

Dany dio un fuerte aplauso a los músicos y se puso de pie. Avisó a su amiga que iría al baño y empezó a caminar.

Cuando entró al baño, Sebastián estaba inclinando sobre el lavabo inhalando una larga línea de cocaína. -¿Quieres?- preguntó y volvió a inhalar. Con la cabeza contestó que sí y se unió al festín. Después de dos o tres líneas empezaron los besos. Pronto quedaron desnudos, urgidos por la adrenalina de lo prohibido y el miedo de ser descubiertos.

Nadie los interrumpió. Para su suerte ninguno de los tantos hombres que había en el bar necesitó hace uso del baño. Después de una sesión de malabares y contorsiones, no por la variedad de posiciones sexuales, sino por lo reducido e incómodo del espacio, los intrépidos amantes terminaron sus labores amatorias.

Agotados, cansados y sudorosos se vistieron, besaron y sonrieron. Sebastián salió primero y enseguida se reincorporó al grupo. Estaba a punto de iniciar la segunda ronda musical.

Dany regresó a la mesa con su amiga, no sin antes acomodarse la camisa y peinar su cabello. Ella lo notó algo extraño pero hizo comentarios.

Siguieron los tragos, las canciones y el baile flamenco. En el olvido quedaron las penas. Los amigos se entregaron a la noche, a los aplausos y las canciones melancólicas de la Madre Patria.

Tras una pausa de los músicos y un trago de tequila, Dany comprendió que aquella noche sería inolvidable. Había tenido sexo con un español desconocido, al cual esperaba volver a ver algún día y repetir la sesión de malabares y contorsiones. Pero sobre todo porque ese Viernes Santo había estado con Gaby, en un bar del que no sabía el nombre, escuchando música flamenca y digiriendo el desamor con tequila, al grito de olé y aplaudiendo al ritmo melancólico de Lágrimas Negras.

El timbre del teléfono interrumpió un brindis más entre Dany y Gaby.

Se esforzó por ignorarlo, pero seguía timbrando. Se dio por vencido y contesto. ¿Cómo es posible que el teléfono siempre es el culpable de poner fin a las mejores vivencias de las vida?, se preguntó al comprender que sólo había sido un recuerdo que viajó el presente por medio de un sueño.

Les tengo una mala noticia...

Mariana Cabrera Vázquez 

El bloqueador, listo; el traje de baño, listo; pasajes, listos…

Qué flojera, dos semanas en casa…

Y la tarea es: …

No sé cómo entretener a los niños, ya es tarde para meterlos en un campamento…

En la agenda cultural se encuentran conciertos, obras de teatro y…

¿Qué harás en vacaciones?, yo no voy a hacer nada, si quieres podemos salir a algún lado, al cine, no sé, al centro tal vez…

Vacaciones al fin, ya hacían falta…

Si trabajas para mí en estas vacaciones te puedo pagar…

En estas fechas el negocio está muerto…

Les tengo una mala noticia… lo hemos olvidado todo…





La semana santa

Cecilia Flores Sandoval

La semana santa es la más importante del año litúrgico dentro de la religión católica. Más que vacaciones, es un periodo para reflexionar sobre la pasión y muerte de Jesucristo, que es el motivo principal de celebración. Sin embargo, a pesar de que debería de ser una semana donde todos pensáramos en los demás e intentáramos hacer buenas acciones, se ha convertido en toda una feria de mercadotecnia.

Es increíble la cantidad de puestos que se pueden encontrar en dichas fechas, para empezar los cientos de comerciantes que nos venden ramos el domingo de dicha celebración, además se venden artículos religiosos por montones y se atiborran los atrios de las iglesias de carritos ambulantes donde se puede encontrar lo que sea.

Tal y como se hace en navidad, el día de la madre y muchas otras festividades del calendario, el comercio no descansa y trae para nosotros cientos de anuncios y ventas. Muchas personas se han olvidado de la verdadera esencia de esta semana, mientras que otros lo llevan al extremo, cosa que también es bastante terrible y merece ser mencionada.

Gran cantidad de gente de la que participa en la procesión del silencio o alguna otra procesión donde se deba cumplir una manda, no tiene un buen comportamiento el resto del año: roba, critica, destruye a sus semejantes y tiene una vida alejada de lo que podríamos llamar el camino correcto; sin embargo el día en cuestión, sale a flagelarse con la mayor de las hipocresías.

Al igual que esas personas, muchos de nosotros no actuamos de la mejor manera el resto del año pero intentamos reivindicarnos esos días porque son días santos, sin embargo creo que si bien debemos contemplar esa santa semana, también debemos ser buenas personas el resto del año.

Así pues, la semana santa se ha convertido para muchos sólo en vacaciones, en una oportunidad para hacer negocios o en el único momento del año para ser buenos creyentes. Sin embargo, no debemos perder de vista, sobre todo los católicos, que esta es una época para recordar a Jesús y contemplar la manera en que llevamos nuestra vida.

jueves, 5 de abril de 2012

¿Destino o libre albedrío?

Paloma Ruiz Esparza Puga


De acuerdo con la religión católica, Jesucristo vino a sufrir a este mundo sin ninguna duda. Él soportó humillaciones, golpes, cargó una gigantesca cruz de madera, entre otras cosas, por pagar nuestros interminables pecados. Instantáneamente él se convierte en un mártir porque por cuestiones ajenas a la razón humana él escuchaba la voz del creador y por medio de él, Jesús sabía lo que le iba a pasar: ser humillado y golpeado salvajemente hasta su muerte por todos los faltos de fe.

La semana santa es donde, desde el domingo de finales de marzo o principios de abril y hasta el domingo siguiente, se conmemoran los sucesos relacionados con la muerte de Jesucristo. Desde el martes santo cuando María arroja un perfume a los pies de Jesús, él menciona que “es como una preparación para su entierro”. ¿Lo ven? Es en este momento en donde por primera vez deja boquiabiertos a sus apóstoles y Jesús simplemente se deja llevar por su fatal destino: la muerte.

Me parece extraña esta situación, ya que este suceso es mucho más complicado de lo que parece. Contiene aspectos como el libre albedrío que no podemos dejar de lado si queremos entender esta problemática (o en mi caso, hacerme más preguntas). La religión católica establece que todo ser humano tiene un libre albedrío, el cual nos hace a cada quien libres y responsables de las decisiones que tomemos, pero entonces, ¿qué pasó con Jesús? ¿Él no tuvo oportunidad de elegir? ¿O será más bien que su elección fue salvar a la humanidad de sus pecados interminables? Si no tuvo elección, entonces el libre albedrío se puede ir a la basura, pero si es lo segundo, Jesús en verdad se merece todas las alabanzas por haber soportado tantas y tan terribles humillaciones.

Sin embargo, si el libre albedrío es una mentira, entonces ¿por qué razón el diablo quiso tentar tantas veces a Jesús si su destino, como mencioné antes, ya estaba escrito? ¿Para qué perder el tiempo? De cualquier manera, Jesús siempre fue fiel a su dios y en ello radica su fortaleza y convicción para no acceder a ningún mal, tal como lo muestra la Biblia.

Expectante y expectada. Septenio santo, septenio inmortal


Luis Ricardo Gro. Romero

El silogismo de inferencia o ilación puede ser mediata, cuando el entendimiento se descubre mediante el nexo: El ser espiritual es inmortal. El alma humana es espiritual. Luego, El alma humana es inmortal. Y también, El alma humana  es expectante y expectada, por eso busca, arguye, pues no encuentra pronto un lugar, un espacio, un momento, una semana santa que le haga aislarse de todo el vulgo. Ella −el alma−  no puede tener un lugar, pues lo inmortal es eterno y sin sitio fijo.

Son innumerables los tratados y asuntos que hablan sobre el alma. Qué si tiene un peso, que si va al cielo o se queda en México, que el alma no existe o que es el anima de nuestro cuerpo. Los hay también quienes dictan alimentar el alma para que sea más grande, a esos les llamamos magnánimos; y a quienes son bajos y miserables y no alimentan su alma, se les denomina pusilánimes. No es sencillo departir de tal colosal asusto que me ocupa, pues es un contenido transparente. Pero el hombre sabio y creativo a todo aquello que no puede ver lo hace aparecer, todo aquello que no puede decir, lo poetiza, todo aquello que no quiere olvidar, lo recuerda o representa, pues existe en el hombre una necesidad de alimentar: la vista, la palabra, el oído, el vientre y todo lo que se pueda alimentar lo alimentamos, incluso el alma. Y entonces el hombre se crea una creencia creadora, a veces cretina y pretora. Pues pensamos acariciar  el cielo con ritos curiosos y reparamos en que tan solo lo rasguñamos, luego así,  aquello transparente lo vuelve tono sepia y se alimenta el alma con aspirinas cada año. No importa lo enferma que este el alma, y lo desnutrida que se encuentre, estas aspirinas anules y santas le ayudan a no morir, luego el alma humana es inmortal.  

“Y es de tan alta excelencia aqueste sumo saber, que no hay facultad ni sciencia que le puedan comprender” (san Juan de la Cruz). Así que todos los ritos del septenio santo ayudan alimentar el alma, ayudan a sanar, así sean mal vividos o bien vividos, pues estos ritos son el alimento creado para cada alma, para las grandes y las pequeñas almas, pues ante algo que no podemos ver, lo transparente; le ofrecemos algo que si se puede observar, lo opaco, los ritos humanos. Pues vivimos como ya dijo san Platón en un mundo de sombras, lo inmortal, lo eterno, no esta en esta caverna. Aunque éste saber sea tan sumo que no habrá ciencia que lo comprenda. ¡Dichoso, bienaventurado mil veces quien pudiera contemplarla directa, pura y desnuda! Amarás entonces una idea: la Idea. Los sentidos te habrán sido tránsito para llegar a lo que sólo se gusta con el alma. (Alfonso Reyes)

La tradición y celebración de la semana santa ha llegado muy lejos, pero no sabemos: ¿hasta dónde es muy lejos?

La puerta negra sale sobrando en semana santa

Edna Michel Ramírez


De pequeña me encantaba pasar los días en casa de mi abuela, por eso adoraba la semana santa, estar dos semanas completas en su casa junto a mis primos era lo mejor que en aquellos tiempos podía pasarme.

No tenia la menor idea de a donde iban mis papas después de dejarme con la abuela y decirme “Pórtate bien, no hagas enojar a Tita, y sobre todo ya sabes que no puedes entrar al cuarto del fondo”. Después de eso, ellos cruzaban algunas palabras con Tita y se iban. Pero, bueno, creo que eso no es importante.

Siempre era la primera en llegar a la enorme y antigua casa que se ubicaba en alguna parte del centro de la ciudad, que le había pertenecido a la bisabuela de Tita, luego a su madre y finalmente a ella. Tenía tres pisos, un jardín lleno de flores, arboles frutales y una fuentecita llena de moho. En la parte trasera se encontraba un enorme patio, en medio de este se ubicaba un viejo y gran árbol, que en las noches volvía la cosa más tétrica, y al final del patio estaba un olvidado y sucio cuarto, Tita lo mantenía abierto la mayoría del tiempo excepto en semana santa.

Ustedes se preguntarán por qué. ¿Tal vez por las cosas de valor que mi abuela guardaba allí? Pues no, en ese descuidado cuarto sólo había una vieja y sucia cama, un espejo roto, un escritorio al que le faltaba una pata y era sostenido con libros, un inservible baño y un horrendo cuadro de unos niños sucios y tristes que observaban a través de una ventana el cortejo de semana santa. Ese cuadro causaba escalofríos a cualquiera que se le quedara viendo.

Tita siempre nos decía que no entráramos a ese cuarto después de la seis de la tarde. Tanto mis primos como yo quisimos entrar un par de veces, pero a la mera hora nos daba un miedo que corríamos dentro de la casa y no volvíamos a salir al patio hasta el día siguiente. Para semana santa Tita siempre cerraba ese cuarto con candado, yo le preguntaba por qué sólo lo cerraba esos días, ella me respondía “tas muy chiquita pa saberlo, cuando seas grande te lo digo”... y bueno, año tras años le preguntaba a Tita si ya era lo suficientemente grande para que me contara ese gran secreto, ella revolvía mi cabello, me otorgaba una linda sonrisa y me decía “aún no, sé paciente”

Los días santos, Tita nos levantaba muy temprano para ir a misa, a Lolita y a mi nos obligaba cubrirnos la cabeza con un rebozo, a mi me daba mucha vergüenza, que iba a pensar los demás de mi (siempre fui muy vergonzosa tengo que admitirlo) a Fer y a León los obligaba a usar corbatas, claro eso no era tan vergonzoso como los rebosos cubriéndonos el rostro a mi y a Lolita, saliendo de misa íbamos a comer unas gorditas muy ricas con una señora que siempre se ponía en la esquina de la iglesia y antes de volver a casa nos compraba nieve de elote, en las tardes le ayudábamos hacer papel picado, a mi me quedaban figuras muy extrañas cuando extendía el papel china, Fernando siempre se reía de mi.

Recuerdo que el viernes de dolores amaneció muy caluroso, Lolita se había enfermado de la panza por haber comido una florecitas azules que Tita tenia en una maceta de ranita en el jardín, y todo por haberle hecho caso a León que le había dicho que si se las comía los ojos se le iban a poner azules, total que ese día no pudimos acompañar a Tita al viacrucis por cuidar a Lolita. Hacia mucho calor para estar adentro de la casa así que nos salimos al patio y nos recostamos bajo la sombra del árbol, como no podía ver las nubes pasar me dedique a encontrarle figuras a las hojas del árbol, estaba tan entretenida que no me di cuenta cuando León y Fer se quedaron dormidos, bueno miraba las hojas cuando escuche unas risas de unos niños, voltee a ver a mis primos estaban como muertos, las risas se seguían escuchando, mi Tita no tenia vecinos, así que me pareció extraño Lolita no podía haber sido pues se encontraba dormida en un cuarto del tercer piso, me dedique a buscar de donde provenían las risas, resulta que venían del cuarto prohibido. ¿Acaso mi Tita tenia otros nietos y los escondía allí, para que nunca los encontráramos, o cómo?

Nunca había escuchado unas risas tan alegres, en mi vida, y eso que Lolita se reía con ganas, me pare del pasto y con paso lento me dirigí al cuarto, las risas se escuchaban cada vez más cerca, había un pequeño hoyito en la puerta me agache para ver sobre el, cuando sentí que algo me jalo del brazo, había sido Tita “Pero como se te ocurre acercarte al cuarto pequeña, cuantas veces les he dicho que no pueden acercarse y mucho menos entrar” Fer y León se habían despertado y me miraban como si hubiera hecho la peor cosa en el mundo. “Tita, es que escuché unas risas de unos niños”. Ella no puso cara de sorprendida ni nada. “No, mija, tu no oyiste nada, fue tu imaginación”.

Desde ese día nos prohibió salir al patio y no se volvió hablar del tema. Cuando las vacaciones terminaron Tita le pidió a mis papas que las próximas vacaciones de semana santa me llevaran con ellos, muy pocas veces volví a visitar la casa de nuevo, al igual que mis primos que no se cansaron de culparme por el exilio que se habían ganado por mi culpa.

Años más tarde mi abuela murió. La encontró un tío sobre la vieja cama que se encontraba en el cuarto prohibido. Nunca supimos qué fue lo que realmente pasó.

Nadie volvió a la casa, las plantas crecieron sin control la fuente se cubrió completamente de moho, la fachada fue rayada de grafiti. En pocas palabras, la casa se convirtió en un total desastre.

Algunas veces tengo el loco pensamiento de entrar a la casa esperar hasta las seis de la tarde y adentrarme al cuarto prohibido, pero sinceramente me da mucho miedo.

Mater Dolorosa

Miguel Ángel Rivera Rodríguez 

Oh madre mía dolorosa

Si de tu seno florecen nuevas heridas

Castígueme el cielo tan baja porfía,

Que no ponga yo las fieras espinas

A ese que es fruto de tu vientre, alegría.



Oh madre mía dolorosa

El cielo no ha visto tan cruel sufrimiento

Cordero pariste en el frío de Belén,

Vertida su sangre en la faz del maldito

No existe en la gracia que prenda te den



Oh dolorosa madre mía

Tus lágrimas lavan el luto del calvario

Enjugando las llagas del cordero maltratado,

Responde tu boca en un grito de plegario:

¡Hágase en mí según lo ordenado!


Dolorosa madre mía

Tres días sollozas de tu corazón el amante

Con alegría la más honda de verle triunfante,

Volvió con proezas a quien él se bajase

Haciéndote reina de to cuanto perece



¡Oh reina madre mía!

De entre todas escogida,

De los mortales guarida.

Ábrenos siempre el cielo,

Gozando tus dolores

Y de tu hijo las pasiones.