jueves, 26 de abril de 2012

Una vez



Aún vibraba en el ambiente el último acento del arrullo agonizante con la noche. Los monstruos que acosaban con sus garras el colchón de Gerardo habían muerto hace ya mucho tiempo. Esos gruñidos desaparecieron cuando empezó a esconder bajo su cama las imágenes y rostros que le quitaban el sueño. Sus pesadillas cobraban vida como si la obscuridad las llamara, inmensas consumían la alcoba con sus fauces mostrando un mundo perverso, un paraíso exuberante de frutos prohibidos. Había dejado de ser niño, pero no era un hombre que pudiera soportar su angélica maldad. La Noche se colaba por los poros del muro, el viento mugía de dolor. Todo tenía el aspecto de un sueño bárbaro y profundo, de un laberinto. Aquella inmensidad amenazaba con derrumbarse, miles de ojos, pausados por la eternidad que reina sobre ellos, parecían sentenciar a muerte la infancia que moría esa misma noche.

Gerardo apretaba su rostro y comenzaba a llorar para que su madre le oyera, está vez su llanto no llegó tan lejos, cuando se trata de crecer no se detiene el tiempo. Recordaba los juegos, las travesuras, pero nada de eso era igual, ahora eran mosaicos de un pasado que estaba por marcharse para siempre con la aurora. Intentaba cerrar los ojos y al abrirlos estar lejos, muy lejos de casa. Pero no se trataba mas, de un juego. El reloj balaba la hora de comenzar a vivir bajo un nuevo cuerpo sin alma. Gerardo contaba los minutos con el latido de su corazón.

¿y es qué a quién no lo da miedo dejar de ser niño?

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