jueves, 5 de abril de 2012

¿Destino o libre albedrío?

Paloma Ruiz Esparza Puga


De acuerdo con la religión católica, Jesucristo vino a sufrir a este mundo sin ninguna duda. Él soportó humillaciones, golpes, cargó una gigantesca cruz de madera, entre otras cosas, por pagar nuestros interminables pecados. Instantáneamente él se convierte en un mártir porque por cuestiones ajenas a la razón humana él escuchaba la voz del creador y por medio de él, Jesús sabía lo que le iba a pasar: ser humillado y golpeado salvajemente hasta su muerte por todos los faltos de fe.

La semana santa es donde, desde el domingo de finales de marzo o principios de abril y hasta el domingo siguiente, se conmemoran los sucesos relacionados con la muerte de Jesucristo. Desde el martes santo cuando María arroja un perfume a los pies de Jesús, él menciona que “es como una preparación para su entierro”. ¿Lo ven? Es en este momento en donde por primera vez deja boquiabiertos a sus apóstoles y Jesús simplemente se deja llevar por su fatal destino: la muerte.

Me parece extraña esta situación, ya que este suceso es mucho más complicado de lo que parece. Contiene aspectos como el libre albedrío que no podemos dejar de lado si queremos entender esta problemática (o en mi caso, hacerme más preguntas). La religión católica establece que todo ser humano tiene un libre albedrío, el cual nos hace a cada quien libres y responsables de las decisiones que tomemos, pero entonces, ¿qué pasó con Jesús? ¿Él no tuvo oportunidad de elegir? ¿O será más bien que su elección fue salvar a la humanidad de sus pecados interminables? Si no tuvo elección, entonces el libre albedrío se puede ir a la basura, pero si es lo segundo, Jesús en verdad se merece todas las alabanzas por haber soportado tantas y tan terribles humillaciones.

Sin embargo, si el libre albedrío es una mentira, entonces ¿por qué razón el diablo quiso tentar tantas veces a Jesús si su destino, como mencioné antes, ya estaba escrito? ¿Para qué perder el tiempo? De cualquier manera, Jesús siempre fue fiel a su dios y en ello radica su fortaleza y convicción para no acceder a ningún mal, tal como lo muestra la Biblia.

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