domingo, 29 de abril de 2012

Pinche chiquilla


De niña nunca me imaginé a mi misma yendo a trabajar por la mañana, la corbata, los zapatos lustrosos y el maletín, las cosas que asociaba a lo profesional, artículos masculinos rodeaban ese pensar lejano de los objetos que jamás usaría o veía propios de alguien más.

       En mi infancia tuve el privilegio desgraciado de pensar acerca de cosas poco profundas pero poco superficiales; en casa me gustaba por ejemplo ver a mi madre cortar cebolla rápida y perfectamente en la cocina, me preguntaba si esos cubitos podrían ser más pequeños, hasta que un día me atreví a usar un cuchillo clandestinamente y comprobarlo por mi misma, del resultado sólo recuerdo el olor desagradable de mis dedos.

       En la escuela divagaba igual, en una ocasión leí de la pobre biblioteca de la primaria una brevísima biografía de Sor Juana llena de dibujos, entre ellos uno que mostraba a la pequeña genio cortándose el cabello a falta de memoria, me pregunté durante mi lectura si podría haber algo tan difícil de aprender que la dejara calva. Así mi mundo infantil se compuso de pensares perecidos a los olorosos cuadritos de cebolla y la calvicie prematura de Juana de Asbaje, la profesión futura no pasaba por mi mente.

      En alguna ocasión un profesor nos preguntó a uno por uno qué queríamos ser de grandes, sería hipócrita afirmar que recuerdo lo que respondí. Pero gracias a otro recuerdo tengo una respuesta quizá cercana a lo que pude haber sino dicho, deseado. Yo veía los calendarios multigráficos de mi casa por todas partes, todos regalos de los locales cercanos, que mostraban montañas genéricas, valles estériles y cascadas predecibles pero bien presentadas, me imaginaba a mí misma fotografiándo esos escenarios, mi gusto por los calendarios ha durado desde ese entonces; a los once años en National Geographic Channel (programa que descubrí gracias a la revista que coleccionaba por las imágenes) lanzaron una convocatoria para contratar fotógrafos, aquí vino mi primer atisbo de vislumbrar un futuro profesional: mamá, quiero ser fotógrafa. Ella rio, pero no fue de esa risa causada por una sana ocurrencia, fue una risa de timbre corto y despectivo. Dejé los calendarios por un tiempo.

       Después me adentré en el dibujo gracias a mi hermano, siempre fuimos cómplices de juegos y yo siempre estuve pendiente de su influencia; él solía dibujar y durante un largo tiempo yo sólo lo observaba, después cómo era de esperarse tomé lápiz y papel, hacía dibujos menos animescos que mi compañero, los ojos realistas y el cabello detallado destacaban en mis formas, más tarde mi hermano dejó el dibujo y yo terminé por hacer retratos; no le dije a nadie “quiero ser retratista” (o cualquier cosa que tuviera que ver con el dibujo), ni a mí misma,  quizá por que ya lo hacía. El secreto duró años hasta que a los trece una de mis amigas lo descubrió y me robó la idea. Yo escribía pequeños cuentos y los ilustraba con una o dos imágenes, aquella amiga optó por hacer lo mismo y tiempo después dijo que quería estudiar diseño gráfico... si alguna vez me pasó por la mente lo dejé de lado.

       Otro de mis hábitos era poner atención en la forma en la que las personas se dirigían a otras. A los diez años a uno de mis compañeros de clase se le ocurrió llamar "señora" a la maestra, el hecho nos causó risa y él nunca dejó de hacerlo, todos sabíamos que no era propio, pero no sabíamos exactamente porqué. Así también me di cuenta de que los compañeros que llamaban por su nombre a sus padres en lugar de papá o mamá, eran los más groseros en clase; en mi familia  pasaba algo relacionado, descubrí, no recuerdo si por casualidad o por ingenio, que a la madre de mi padre le molestaba que no la llamáramos "mami", poco después les revelé a todos mis primos el secreto para poder molestarla con una sola palabra: abuela. Ella solía responderme con otro término: chiquilla; eso realizó conmigo y varios de mis primos durante muchos años hasta hoy, lo cual me hizo pensar otra cosa: fuera cual fuera la edad, si ella se molestaba con nosotros, el término para denotarlo era el mismo, siempre acompañado de una mala palabra de su amplio repertorio: mugre chiquilla, piche chiquillo, cabrones chiquillos.

       Quizá dejé de preocuparme de un futuro profesional desde antes de saber que lo pensaba, sigo pensando más bien, no tanto por gusto sino por inercia, en sor Juana y  sus sonetos que me recuerdan su calvicie prematura, ya no me acerco a los cuadritos de cebolla porque soy quizá psicológicamente más sensible a ellos por haberlos destazado casi al infinito, aunque continúo  pensando en ellos, y sigo sin imaginarme a  mí misma yendo a trabajar por la mañana  con la corbata, los zapatos y el maletín que jamás usaría por que los veo propios de alguien más; me gustaría decir que por esto y por mi historia de fotógrafa y de retratista frustrada no me queda mas que ser escritora, pero no, no soy más que una pinche chiquilla que escribe por placer.

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