lunes, 5 de marzo de 2012

Un volado

Andrei Oropeza

Hecho una moneda al aire por la figura de la mujer en la literatura, cara o cruz por la respuesta, cruz por la común observadora y cara por la fiera que actúa. Giros en el aire. Níquel y cobre torciéndose en piruetas. Todo parece indicar que será la cruz la que mirará finalmente al sol.

La moneda virando y en mi mente está una mujer; la que observó durante mucho tiempo en pose sensual, directo a los ojos del artista desde la poltrona, la que observó el paso de la inspiración en los lienzos artísticos, en monumentales mármoles labrados, en loas y novelas. Observó la acción, vio al guerrero pelear con la espada viril y nunca frágil, los coros sonar, brincar las serpentinas y revolcarse en el cielo los fuegos artificiales de la victoria masculina. De todo todo fue testigo.

Mientras se meneaba el metal; El epopéyico héroe de sandalias fue mi señor protagonista, fuimos –a ellas incluyendo- caballero andante y pesado, cuadrado ajado amoratado, armado de armadura, detective callado y brillante, amante siempre amante, el del amor cortés a la fémina expectante, a la que teje y reza detrás de la muralla. El hombre nunca fue persona común en esta historia, de él emanaba todo lo que se podía crear.

Se precipitaba a la caída, al veredicto de cruz victoria, la figura de la mujer en la literatura: simplemente musa inspiradora, observadora mayormente en el quehacer literario diría yo, personaje común en esta historia, ¡pero la moneda volteó su cuerpo!, pues de la observación nació el oficio de esta escritora de nombre femenino y apellido masculino, Cristina Pacheco; la observadora de la Ciudad de México, la observadora de sus calles y barrios, de su gente multipremiada, multinombrada, multifacética. La creadora de historias íntimas, de eso que se esconde en los rincones más oscuros, en la privanza de las pasiones, en las entrañas de lo oculto.

Cristina Pacheco escribe ficciones que se obtienen de un arduo oficio periodístico de observación y escrutinio, de saber mirar desde dentro aquellos rostros que expresan la lucha, el miedo, la rabia, la desesperación, el amor. La escritora encontró observando, personajes sucios que hacen las cosas, engranes de la Ciudad de México, escondidos y manchados. Y gracias a observar les dio un puesto en la literatura.

La moneda calló al suelo pero no se apoyó en ninguna de sus caras, fue su canto el que la sostuvo. La figura de la mujer en la literatura es ahora clara para mí, la respuesta me la obsequió Cristina Pacheco con un relato titulado El corazón de la noche, homónimo a su publicación de 1989.
                    
                
-Cuando uno está demasiado metido en los libros se olvida de que las historias que narran las viven en realidad personas comunes, quizá ignorantes de autores y fechas, pero llenas de sabiduría. Déjame decirte algo más: son seres capaces de morir por esas historias.[1]


[1] Pacheco, Cristina, El corazón de la noche en El corazón de la noche, México, Ediciones El caballito, 1989, pp. 190-191.

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