sábado, 3 de marzo de 2012

Ab ore ad aurem[1]

Verónica Silva Viveros 

– ¡Ariana, ya basta! Tus ideas son tontas ¡borra eso!

–Pues si te disgusta lo que escribo opina algo.

–De acuerdo, de acuerdo, ¿Qué te parece?... En el palacio de la reina Marithza la paz había sido destruida….

– ¿Un palacio? ¿Una reina? Está demasiado gastado. Necesitamos impacto, dulzura, drama y una mujer. Así, como era mamá.

–Vaya que alucinas hermanita mía. Si nuestra madre ni nos conoció.

–No tienes porque hablarme así; “hermanitas” son aquéllas más pequeñas, y tú sólo eres 15 minutos mayor que yo. Quizá nunca pudimos ver a mamá, pero yo la imagino siempre que escribo en nuestros libros: cada día más perfecta. Cuando tú la veas, le entregaras mis escritos y lo sabrá.

–Sí. Lo lamento. No volverá a suceder. Por cierto, tienes que decirme ya qué es eso que le debo decir.

– No lo haré, será hasta terminar esto. Es más, el libro mismo te lo dirá. En fin, qué opinas si escribimos sobre una diosa guerrera, que sea amazona o algo así, que empiece: Hija de diosa y hombre, engendrada en traición de los matrimonios y condenada a limpiar los pecados de sus padres, cumpliendo la penitencia en tierra. Poderosa amazona de exquisita figura…

-¡No, no, no! Lo de poderosa amazona y eso lo voy a borrar, van a pensar que somos lesbianas o en el peor de los casos que somos hombres. Aunque me gustaría ser uno, saber qué piensan, qué sienten teniendo un… bueno, quizá eso no me gustaría saberlo. Pero sí que piensan de mí. ¿Por qué Brian no me hace caso?

– ¡Ariana, enfócate!

–Perdón, tienes razón. ¿De qué estábamos hablando? ¡Oh, sí, ya, ya! El tercer libro de las hermanas Safira.

–Si hermana de eso, del que no tenemos nada y queremos terminar para…

–Antes de que “eso” suceda, lo sé.

–De nuevo lo lamento Ariana. Perdón. Seguimos con esto cuando terminen de checarte, ya llegó el doctor. Pero te digo de una vez, esa idea también es cursi y creo que de eso ya han escrito, el personaje es una tal Xina, Shina o algo así y lo de hija de dioses, creo que ya hay demasiados. ¡Pobres dioses! Si apenas pueden con los que tienen, para qué hacer que se reproduzcan más. Ni los conejos aguantan tanto.

–Tienes razón. Pensaremos en algo mejor, una gran modelo a seguir. Lo prometo hermana.

– ¿Cómo están las gemelas consentidas de todo el lugar?

–Tranquilas Dr. Medrano. Intentamos escribir nuestro tercer ejemplar, pero no logramos coincidir en las ideas. Aitana es tan terca…¡ni los editores son tan saladores!

–Ustedes siempre con sus pleitos tan discretos. Preferiría que fuera de ese modo para que medio personal no se enterara de que mis protegidas están medio lurias. Pero qué se le va a hacer. ¡Qué interesante! ¿Para qué la computadora y micrófono?

– ¡Oh! ¿Esto? Ayuda a que Ariana pueda escribir; ella sólo habla y la computadora escribe lo que dice.

–De este modo no necesito ojos para plasmar lo que quiero compartir por el medio que más amo.

–El mundo de la tecnología es magnífico mis niñas

–Sí doctor, lástima que no sea lo suficiente como para que mi hermana escriba por lo menos un año más… No se preocupe, no lo dije para reclamar, se que hacen lo posible. Me disculpo, no debí ser insolente, y mucho menos con usted que ha hecho tanto durante estos diez años. Estoy agradecida con usted desde que tenía doce. Nos cuidó y educó al morir nuestro padre.

–No hay problema Aitana, las entiendo.

–Ariana te veo en un rato, tomaré aire en lo que el doctor te revisa.

Aitana mantuvo el paso rápido hasta la salida de aquel tan rutinario hospital. Se sentó en una banca del jardín y por primera vez en su vida escribió en tinta y papel sin Ariana.

¿Por qué tengo que escribir de reinas, amazonas, guerreras, diosas o la madre que soñaría tener? Sí la exquisita figura femenina, llena de fuerza, empeño, pasión, valor y digna de admiración esta frente a mí. Ariana, es mi hermana gemela, tiene una enfermedad muy extraña, los doctores no encuentran cura y lo que hacen es ofrecerle una mejor calidad de vida. Los problemas empezaron cuando mi padre murió de cirrosis. Él olvidó a mi madre con la seducción del alcohol.
Mamá nos abandonó a los tres cuando Ariana y yo nacimos. Desde entonces nos convertimos en las gemelas inseparables: si yo gateaba Ariana lo hacía; nuestra primera palabra fue su nombre; si a ella le daba fiebre, a mi también. Pero esta enfermedad nos separó. Sólo la eligió a ella y a mí me dejará vivir con su ausencia.
Nos dimos cuenta que padecía esta anomalía al cumplir trece. El Dr. Medrano, que ahora tenía nuestra custodia gracias a su noble corazón, se percató de que algo no estaba bien y que mi hermana necesitaba atenderse con urgencia. Ariana dejo de tener sensibilidad al tacto, empezó por no sentir los roces más suaves hasta que a los dieciocho no sentía ni la sacudida de una caída. Luego el problema se expandió al olfato y la vista.
Los especialistas dicen que todo su sistema dejará de funcionar antes de que pierda el habla. Ya no camina, ni puede levantar las manos para hacer la actividad que la hacía feliz hasta en los momentos más trágicos: escribir.
Este ejemplar contiene el secreto que sólo Ariana conoce en este momento, el mensaje a la madre de estas humildes escritoras. Por éstas y más razones, este libro se tratará de la mujer más maravillosa que tendré el gusto de conocer: la menor de las Hermanas Safira.
 


Cuando Aitana terminó las líneas corrió a enseñárselas a Ariana, estaba consciente de que había tarado más de lo que debía, pero pensó que su hermana no habría de molestarse con la gran idea que se le había ocurrido.

Al llegar al cuarto de su hermana, el doctor estaba parado a un costado de la cama. No fueron necesarias las lágrimas de desesperación para entender lo que había sucedido, Aitana sólo se arrodilló ante la silueta inmóvil y puso en su mano lo que hace unos minutos había redactado. Se levantó y besó pacíficamente la frente de aquel rosto que alguna vez fue espejo y hoy yacía demacrado que pareció como si le respondiera. Dirigió la mirada hacia la computadora, como si se tratara de algo que sabía que tenía que hacer y encontró lo que buscaba: palabras:

No estuve sola. Te sentí, como tú a mí. Siempre juntas. Dile…la perdono.



[1] De la boca al oído (Se emplea para denotar la acción de contar al oído de otro y con suma discreción lo que no se puede o no se quiere decir en voz alta)


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