martes, 6 de marzo de 2012

Grasa de fábrica embarrada en el delantal

Mariana Cabrera Vázquez

La mujer en la literatura, sin lugar a dudas el papel de la feminidad es de suma relevancia, dado que muchas veces la podemos encontrar entre los motivos de la obra. Al ser el amor uno de los tópicos más usuales, y ene especial en la lírica, el cariño, deseo y amor por la mujer implican su presencia en lo que llamamos literatura.

En textos de índole mitológica y creacionista la mujer aparecía como la dadora de vida, la madre de las multitudes. posteriormente fue la princesas bella, delicada, tras castillos enormes y rumores en los pasillos, hasta podemos encontrar a peligrosos dragones que cuidan de ellas. Es precisamente este prototipo de fragilidad femenina al que dura por mucho tiempo, y hasta la época se repiten los prototipos de esa imagen preconcebida de la mujer que necesita que la rescaten.

Durante toda la época medieval y con la cultura judeocristiana, que el estereotipo de la mujer bella, delicada, en cierto grado prohibida, que debía de cumplir con todas las virtudes de una buena cristiana, se repetían una y otra vez, esos relatos de caballeros que rescataban a las mujeres, jóvenes doncellas de piel blanca, cabellos dorados, labios finos de durazno y ojos claros. Las mujeres que no entraban en esta clasificación, entonces, eran las del demonio, las del pecado, las pecaminosas, mujeres con cabellos negros como la noche, ondulados y muy libertinas, de esas que hacen caer a todo buen hombre.

Pasó mucho tiempo con esa imagen de delicadeza femenina ligada a las virtudes religiosas, hasta que después de la revolución francesa, con la creación de los Burgos, y la revolución industrial que abría y abría talleres y fábricas insalubres para todos los campesinos que se quisieran abandonar como obreros enana urbe cada vez más contaminada e infestada de ajenos que persiguen algo. Aquellas bellas pastorcitas y campesinas emigraron a las ciudades, recogieron sus cabellos y cambiaron sus bellos vestidos por vestimentas sucias de fábricas y talleres. Comenzaron a competir por el dinero y se despojaron de toda debilidad para estar al tú por tú masculino.

Fue en ese entonces cuando la delicada figura femenina se transformó en extras dentro de las prisiones citadinas, mujeres que se tenían que prostituir por necesidad, hambre, enfermedad; mujeres casadas con magnates, y cuya vida era inútil. Pronto las flores se volvieron perversas y malas, la mujer literaria tuvo que evolucionar, pero nunca como protagonista triunfadora; era la vil, desdichada, amargada, abandonada, pero nunca la feliz y afortunada.

Sin lugar a dudas, si no somos el objeto de deseo, entonces somos el objeto de desprecio, ambos extremos sin balance en una literatura de tinta masculinizada que no deja de poner etiquetas y ser el espejo de una sociedad, que aunque está en evolución constante, tiene una preferencia hacia lo masculino.

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