martes, 6 de marzo de 2012

Marcela, independencia y libertad ante todo

Margarita Orozco Escamilla

Entre los muchos atributos del Quijote, obra máxima de la creación de Miguel de Cervantes, se encuentran los caracteres tan bien definidos en sus personajes. Hoy no serán ni don Alonso Quijano ni su escudero Sancho Panza quienes opacarán al resto de la policromía de entes que desfilan a lo largo de tantas páginas insertos en tan aclamada obra.

Será una pastora, Marcela, a quien el afamadísimo mundialmente autor del siglo de oro español dotó con algo escasamente creado en la literatura de aquellos tiempos: una singular personalidad apegada a su decisión y firme deseo de manejar su propia vida, aun a costa de otras tantas que se perderían en aras de conseguir su inalcanzable amor, o por lo menos lograr la satisfacción de sus fantasías eróticas en la persona de la indómita muchacha.

Marcela es única porque siendo una joven huérfana, con un linaje señorial, heredera de vasta e intachable fortuna, a más de una belleza sin par, a la vez que de gracioso trato por su sencillez y don de gentes, decide, para sorpresa de su tío, dejar todo el lujo, boato y comodidad que la vida citadina le ofrece a manos llenas para optar por una vida desprovista de toda afectación, lejos de los reflectores que podrían brindarle las luces de las antorchas reflejadas en sus cuantiosas joyas. Nada de eso. Ella tiene la mira bien puesta en una existencia donde el único perfume que aspire sea el del campo, la única música el agua que corre cristalina entre las peñas, su alimento el potaje consumido en humildes cuencos, acompañada por quienes prefieran como ella una plácida existencia que cante sobre todo a la libertad e independencia. Nada de ataduras a hombres u objetos. Amabilidad y el mejor trato para todos, compromisos con nadie, salvo con su conciencia que le demanda una y otra vez apego a sí misma. Ejerce Marcela tal poder de atracción entre los hombres sin proponérselo, que muchos de ellos cambian la vida urbana que llevan por dedicarse al pastoreo de ovejas con tal de lograr verla, aunque sea de lejos, en la campiña, feliz como es, libre de ataduras.

Un caso de muerte por amor y deseo no consumado entre tantos queda patente en la obra de Cervantes, que nos cuenta cómo Grisóstomo, citadino convertido en pastor, decide poner fin a su vida por causa de los desaires y desdenes de que se siente objeto por parte de Marcela. Despechado por no ser correspondido por la insensible Marcela, vierte amargas razones para su fatídico proceder, en las que culpa a la pastora por no corresponder a su amor. Ella, joven prudente y segura de su inocencia acude al lugar donde sus amigos dan sepultura al infeliz Grisóstomo. Cuando los amigos le echan en cara el infortunio del pastor, ella, mujer inteligente, aduce con voz firme que no porque la requieran en amores va a someterse a otras voluntades. Pide que no se le culpe de lo que nunca prometió, ya que no es responsable de las pasiones que provoca. Que si alguien se llama engañado, defraudado o desilusionado, es únicamente por las ideas erróneas que de ella concibió. Plantea por último algo que todos pasaban por alto y es que si ella hubiera querido a un hombre que no la tomara en cuenta, no había caso en sentirse defraudada. Su posición siempre valiente y falta de toda complicidad, como no sea la de su belleza sin par y trato excelso hacia los demás, la coloca entre las heroínas dignas de veneración por todas las mujeres que deciden tomar las riendas de su vida tomando en cuenta y en primerísimo lugar su decisión por encima de otras voluntades, por atractivas que se muestren.

Bien por Marcela que nos habla de una mujer plena en su soledad y bien por Miguel de Cervantes, quien en tan remotos tiempos dio a la mujer dignidad y un lugar de independencia y libertad que a cada una corresponde conservar, independientemente de la vida que se decida elegir.

1 comentario:

  1. Excelente reflexión y perfectamente descrito por la autora del texto. !Felicidades!

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