sábado, 3 de marzo de 2012

Di(ch)osa creadora



Oscar J. Franco


Sin la mujer, la vida es pura prosa.
Rubén Darío

Erase un personaje mujer que de personaje no tenía nada porque se había quedado sin historia. Su inventor la dejo a medias, no le puso nombre ni le dio familia, patria o universo literario. Nació como idea de borrador, imprecisa e inexacta. Sin lugar donde echar raíces y con la libertad de elegir cómo terminarse, se dispuso a hacerse de un hogar, conseguirse una identidad y plantarse en el universo que más le acomodara. Y empezó…por el principio. 

Se instaló en un hermoso jardín de praderas interminables. Era un lugar paradisiaco. Había de todo en él, excepto letreros para indicar que ciertos frutos estaban prohibidos. La prohibición le generó tentación, la tentación llevó a la falta, y con la falta vino la expulsión, por lo que hubo que buscar otro mundo donde habitar.

El reino de Ítaca le pareció una buena opción. Apenas se acostumbraba a su nueva vida cuando un evento singular, en Troya, demandó la presencia de su marido. Fue entonces que, para no aburrirse, se dedicó religiosamente al arte del tejido, la bastilla y el dobladillo.

Pero la espera se prolongo más de lo planeado, así que optó por cambiar de reino, a ver si con eso también le mudaba la suerte. Decidió probar fortuna en el mundo oriental como esposa de un sultán. Lo que no sabía era que el monarca tenía una curiosa costumbre, fruto de una amarga y adúltera experiencia: la decapitación conyugal. Con ingenio y verbosidad logró eludir el “descabezado” final que le esperaba, aunque eso le tomara más de un millar de noches.

Continuó explorando y adoptó un personaje al que un joven florentino le profesaba un amor muy particular. Le prometía la luna y las estrellas, aunque lo único que en verdad le dio fue un infierno…un purgatorio y un paraíso, en el que dicho sea de paso, no podían verse más que de lejitos.

Lo mismo le pasó con caballeros y poetas. Los primeros tenían vocación por el amor prohibido, los segundos un afán por desordenar la sintaxis. Pero ser ideal inalcanzable y objeto de contemplación la aburrió pronto, y le pareció que con cabello de oro, dientes de perla y boca de rubí poco faltaría para convertirse en monumento. Por la misma razón huyó de un hidalgo, de cuyo nombre no quiere acordarse, y que según se enteró después, la anduvo buscando como loco.

Apostó por el universo dramático, intentando dar un giro total a su destino, pero los moros celosos y los daneses inseguros no fueron de su agrado. Probó suerte como redentora de almas, pero creyó que deshacer tratos con Mefistófeles no era el mejor modo de vivir. No era esa la vida que se había imaginado.

Se embarcó en la ficción misteriosa, horizonte que aún le faltaba por explorar, y se divirtió poniendo de cabeza al más célebre de los detectives. Viajó al Caribe para hacer esperar por su amor a un hombre por cincuenta y un años, nueve meses y cuatro días. Hizo que un cuervo posado en un busto de Palas, sobre el dintel de la puerta repitiera una monótona sentencia.


Luego de haberse llamado Eva, Penélope, Scherezada, Beatriz, Dulcinea, Desdémona, Ofelia, Margarita, Irene, Fermina y Leonor. Después de haber vuelto al cuerdo, loco y al loco, poeta. Después de haber sido imagen de la tentación, la lealtad y el ingenio; personificación de la salvación y del ideal; víctima del celo y la decepción; prototipo de la redención y la astucia; símbolo de la perseverancia y la resignación. Luego de todo esto, concluyó que sólo había una manera de encontrar el lugar que le correspondía. Separó las cosas buenas de las que creyó malas y dijo: Hágase la luz…

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