jueves, 17 de mayo de 2012

En el salón de clases

Carmen Medina

La relación comenzó creo con una mirada, yo llevaba falda corta, supongo que eso llamó su atención; cuando pasé al pizarrón sentí su mirar constante, volteé y nos cruzamos en el camino visual, me puse nerviosa, traté de que no se notara, aunque sentí en las piernas un escalofrío agradable y la temperatura de mi rostro bajó hasta mi cadera. Quizá lo imaginé, no quise pensar más. Pero después me percaté de que sus atenciones hacia mí eran las que sospechaba, un pequeño roce en el brazo, la invasión del espacio personal, su insistencia de que yo estuviera cerca de él en el salón, incluso me buscaba en el receso bajo cualquier pretexto. Comencé a tener miedo.
Debo confesar que su intelectualidad y personalidad provocaban algo en mí, pero no era correcto, al menos eso me decía mi madre a veces, "la escuela secundaria es apenas el término de la inocencia", pero yo había visto a muchas chicas hacer cosas malas en los salones con profesores en el tiempo libre.

No soy bonita, mis facciones son rudas, soy morena lo cual ha causado discriminación  en este colegio y fuera de él, con ello baja autoestima, a los trece años nació mi único rasgo de femineidad rescatable, un pronunciado busto, pero no me gusta mostrarlo. Él notó mi pecho y  quien sabe qué más en mí, se esforzó en redactarlo con el toque cursi que le encanta a las mujeres, comencé a recibir cartas de amor traídas por Micaela Ramírez, la chica gorda y fea del salón que nadie nota, hasta yo tenía más gracia que ella.

"Tu figura escondida, tus montes encerrados en esas sábanas divinas, deja que los descubra, deja que mi lengua..."
Mi miedo era al qué dirán, pero tenía unas ganas… y ya sus insinuaciones eran tantas, los halagos tan gratificantes, el secreto tan excitante que acepté casi de inmediato cuando quiso verse conmigo . Nos citamos una noche bajo el puente de la avenida cerca de mi casa, iba a decirle mucho, esperaba que me dijera tanto, pero cuando nos vimos las ganas ya habían esperado demasiado, más que el amor; yo  llevaba la falda de aquel día. Rudo pero tiernamente al mismo tiempo, me puso de espaldas, me agarró con fuerza los senos y me mordió el cuello, bajó un poco mis bragas anticuadas, su saliba me recorría, parecía que llegaba hasta debajo de mi ombligo… comprendí entonces aquello que mis amigas siempre me contaban, lo que era estar mojada, mi virginidad se esfumó mientras yo estaba de pie y él me embestía. Yo ya lo amaba, él ya me amaba, éramos tan infantiles los dos. Él no tenía vergüenza, yo sí. Se sorprendió cuando le invité un cigarrillo, hablamos por primera vez de nosotros.
-¿Qué te gustó de mí? le pregunté -Primero, tus bubis, luego tus piernas, después lo de adentro, y ahora más -rio maliciosamente. -¿Qué vamos a hacer?  No lo sé, pensé que usted… que  tú tendrías un plan.

Me fui a mi casa, me sentía mal, cruda moral creo que le dicen, pensé las cosas. Era ridículo, era imposible… era ilegal. Le llamé y le dije que no podía hacerlo, se le rompió el corazón, pasaron dos semanas y me buscó frenéticamente durante esos quince días.  Me lloró, yo lloré con él, incluso volvimos a coger, en el salón, durante el receso, varias veces, me grabó mamándosela, otra vez el malestar, no podía seguir con eso. Las cosas se salieron de control, me amenazó con el video. Lloré ridículamente porque se había llevado mi virginidad, porque no podíamos estar juntos, porque yo era una boba.

Justo el día en que quise huir de todo, escapar definitivamente de él, recibí una demanda de sus padres y  fui despedida.

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