lunes, 27 de febrero de 2012

Chespirito, la influencia sobre los mexicanos

Hugo Enrique Torres Loredo

Con motivo del cumpleaños de Roberto Gómez Bolaños, creador de los personajes del programa Chespirito, se han organizado varios eventos en homenaje al comediante, actor, productor, director, cantante, etcétera.

Sin embargo, desde mi punto de vista es muy cuestionable el lugar que la televisión y algunas personas quieren darle a “Chespirito”, como también es conocido el homenajeado. Ya que lo catalogan como el mejor comediante de la televisión mexicana, ¿en verdad lo es?

Es una realidad que sus programas retratan en muchos sentidos a la sociedad mexicana. Entre sus papeles no falta el rico, el pobre, el huérfano, el ladrón, el desempleado, el usurero, etc. También es innegable que dichos programas y personajes han influenciado a generaciones enteras, dentro y fuera de México. Pero ¿qué clase de influencia ha provocado en los ciudadanos?

La respuesta es simple. Sólo hay una manera en que se puede influenciar a millones de niños si lo que están viendo en televisión es a otros “niños” que van a la escuela a jugar, a faltarle al respeto al profesor, a responder tonterías ante los cuestionamientos, a burlarse de sus compañeros llegando incluso al bullying.

Chespirito ha generado en el inconsciente colectivo de los niños de toda América Latina la idea de que a pesar de ser grosero, mal educado, carente de habilidades escolares y un abusador con los compañeros de escuela, a pesar de todo eso y más, serán niños premiados por sus padres, como es el caso de Kiko, que es siempre consentido por Doña Florinda, y así con cada personaje de esa vecindad, claro exceptuando a El Chavo, ya que al ser huérfano no es digno del cariño de nadie.

Otro ejemplo digno de preocupación es el de El Botija y El Chómpiras, dos ladrones que a pesar de saber que estaba cometiendo un delito, se creían con el consentimiento de robar, con el perdón de la sociedad por su calidad de pobres y con la bendición de Dios al ser “buenos” cristianos. Sus familias y amigos siempre los apoyaron en sus fechorías, hasta llegaron a sacarlos de la cárcel, en las pocas ocasiones en que la ley fue efectiva. Ya que ni en ese decadente programa la ley fue efectiva.

¿Qué ejemplo dio a millones de mexicanos al ver que el policía y el juez se “hacían de la vista gorda” para ayudar a sus amigos? ¿Cuánto del grado de corrupción, impunidad y falta de civismo es culpa de esos personajes? Yo no lo sé, pero si existe dicha culpa, no tendría duda de ella.

La lista de ejemplos de la mala influencia que Chespirito y todos sus programas y personajes es larga, ocuparía cientos de cuartillas para enumerarlas. Pero sobre todo, la peor influencia de todas es la que da hacia el extranjero, pinta a los mexicanos como flojos, groseros, ignorantes, estúpidos, rateros, simples y mediocres.

Habrá quien se atreva a defender dicha serie diciendo que es televisión y no debo juzgar tan severo, pero hay cientos de estudios que comprueban que la televisión es uno de los principales medios de influencia sobre la población. Cito uno de cientos de informes al respecto: dialnet.unirioja.es/servlet/fichero_articulo?codigo=635389&orden

Dejo a la conciencia de los futuros padres el elegir qué tipos de programas televisivos permitirán que sus hijos vean.

Sólo es entretenimiento

Francisco Acosta Martínez 

Podría decirse que la televisión fue inventada para entretener y divertir a la gente o para mantenernos informados, sin embargo, esos principios se han corrompido con el paso del tiempo y han aportado elementos de pésima calidad en cuanto a información se refiere. 

El filósofo español Gustavo Bueno dice en su libro Telebasura y Democracia que cada quien tiene la televisión que merece, o mejor dicho, la que quiere. En esta obra se describe ampliamente el análisis que hace el autor sobre un programa de televisión y las razones que tuvo para tener un éxito rotundo. Basado en su observación, Bueno propone un nuevo término: “Telebasura”. Aclara que la basura no siempre está en el medio de comunicación sino en las personas que lo ven. El análisis dice que el televidente es el que manda en la televisión y, por ser un medio democrático, la telebasura obedece fielmente a la solicitud de la gente. En otras palabras, a la gente le gusta ver basura en la televisión.

Ejemplos que confirmen la teoría de Bueno sobrarían por el momento. Desde la señorita Laura hasta llegar a Se vale sin soslayar Sabadazo y toda la barra de programación de fin de semana, muestras claras de lo que se intenta explicar. Todos los programas antes mencionados no aportan ni una mínima parte de educación para la sociedad, por el contrario, su contenido puede ser deplorable para algunos televidentes.

Estos programas han triunfado gracias a la preferencia de un público que los sigue en cada una de sus emisiones y es por eso que se encuentran con los más altos índices de audiencia a nivel nacional. En algunos casos, tal es el éxito del programa que puede poner de moda algunas frases, movimientos o símbolos del mismo.

Contrario a lo que dice Gustavo Bueno, es de dudarse que lo se transmite en la televisión sea realmente basura por la simple cuestión de que en la mayoría de los casos esta es la forma de entretenimiento más accesible, sería lógico que por la misma razón fuese la más barata en todos los sentidos.

Cuantas veces no se ha dicho que los casos de Laura son falsos, o que los chistes de Raúl Magaña son vulgares y groseros, incluso que Cecilia Galeano es indigna para horario familiar. Pues bien… esas acusaciones pueden ser ciertas pero eso no le quita lo entretenido o la diversión a ningún programa. Lo que para algunos es lo más feo del mundo, para otros tiene una hermosura indescriptible.

Sólo coincido con Bueno en el punto de que cada quien tiene la televisión que quiere. Si te divierten las peleas en el set de la señorita Laura, míralas. Si te gusta ver a personas bailando en pijama, sigue viendo Sabadazo. Si consideras que los programas antes citados son demasiado poco para tus elevados parámetros culturales, entonces ve al teatro, al ballet, a la ópera.

La televisión está respondiendo a los gustos del pueblo y es por eso que lo que se transmite no es basura sino su forma de entretenimiento. Que no sea cultura y que no aporte cosas o temas productivos es otra cosa. En este sentido, el medio de comunicación únicamente cumple con uno de sus objetivos principales: Entretener.

Jugando a ser Sherlock Holmes


Edna Michel Ramírez Martínez 

El auge de las series detectivescas no es algo nuevo en la televisión. Las mismas tramas se han repetido durante años, con distinto nombre y personajes: siempre terminan con el final feliz donde capturan al malo y le dan cadena perpetua o algo por el estilo, o con el final donde no pueden resolver el caso, muere la victima, el culpable queda libre y feliz mientras los detectives se quedan llenos de impotencia.

Las series detectivescas están perdiendo ese auge ya que poco a poco van siendo desplazadas por nuevas series con temáticas de moda como vampiros, hombres lobo, brujas, sirenas y demás historias fantásticas. Estas series, por no quedarse en el olvido, fusionan lo real con lo fantástico, tal es el caso de Grimm, que trata de un agente de la policía que se encarga de resolver casos donde están involucrados seres fantásticos provenientes de los cuentos.

Mientras que las demás series se rehúsan a dar ese gran salto (mezclar lo real con lo fantástico), tal es el caso de las mil versiones que existen de La ley y el orden (Los Ángeles, Las Vegas, Miami, Xochimilco etc.), Mentes criminales, Miami vice etc, que siguen la misma línea, y siguen implementando las mismas tramas, solo que ahora incluyen alta tecnología a la hora de resolver casos. Como dice el dicho “Es la misma gata pero revolcada”

En lo personal me agradan más esas series donde el detective, gracias a su gran inteligencia, resuelve solo los casos sin la ayuda de un escuadrón, o la más novedosa tecnología inexistente, para los simples mortales (televidentes), como en el caso de Monk, un ex agente de policía que padece transformo obsesivo-convulsivo y tras la muerte de su esposa en un atentado de coche bomba sufre una gran depresión y decide convertirse en detective y ayudar a la policía a resolver casos, y no es porque tenga alguna clase de poder mágico o algo por el estilo, sino por ser un gran observador y un buen deductor. No es el detective guapo que toda mujer espera que la ayude a resolver su caso (bueno los gustos se rompen en género), tampoco es esa persona amigable que uno soportaría con facilidad, ya que debido a su transtorno es algo quisquilloso a tal grado de llegar a ser sumamente molesto con sus fobias.

Otra serie que va por la misma línea es Psych, donde su protagonista, Shawn Spencer, al igual que Adrian Monk, es un detective privado que ayuda a la policía a resolver casos gracias a la gran habilidad de observación que tiene, haciéndolos pasar como poderes paranormales y fingiendo ser psíquico, con la ayuda de su amigo de la infancia Gus, quien a diferencia de él se toma los casos más en serio. 

Claro que en toda serie debe existir el Sherlock Holmes, Adrian Monk y Shawn Spencer (en sus respectivas series), con sus habilidades de deducción, observación, inteligencia y encanto. Deben tener a su fiel compañero, el Dr. Watson, que siempre estará a su lado para apoyarlos y sacarlos de problemas, como Natalie Teeger, asistente de Monk, y Burton 'Gus Guster, amigo de la infancia de Shawn. Y por ultimo, y no menos importante, debe de haber una Irene Adler: en el caso de Monk su amada y difunta esposa Trudy, en cuanto a Shawn Spencer, Juliet O'Hara, una detective de la que se encuentra enamorado, y se rehúsa a revelarle lo que siente por ella, aunque algunas veces lo insinúa.

Lindas mentirosas

Paloma Ruiz Esparza Puga 

La vida adolescente implica muchas cosas horribles: cambios hormonales, protuberancias extrañas en el cuerpo, padres molestos y mandones… No se diga la vida escolar adolescente, donde los más gandallas se mofan de los más indefensos.

A Alison, la chica más bonita, popular, envidiada, pero sobre todo la más gandalla, le gustaba mofarse de cualquiera que tuviera un defecto por más pequeño que fuera y así ridiculizar a ese alguien en público. Esta niña mala tenía cuatro amigas: Aria, Spencer, Hanna y Emily, chicas que eran completamente invisibles, pero que cuando Alison se les acercó, todas las miradas se posaron en ellas cinco.

El tema secundario de la serie son los secretos que tienen estas chicas: Spencer mantiene una relación con el novio de su hermana, Aria con su profesor, Hanna es cleptómana y bulímica y Emily es lesbiana (pecados malditos dado que vienen de familias extremadamente conservadoras). Todos estos secretos y más se los sabía de memoria Alison, quien chantajeaba a sus “amigas” para que hicieran lo que ella quisiera con tal de que no abriera la boca.

Obviamente la escuela entera odiaba al grupito de amigas por ser las típicas presumidas, pero no se comparaba con el odio que le tenían a Alison (incluyendo sus mejores amigas).

Un día Alison desaparece y todos la dan por muerta, dejando un profundo alivio a casi todas las personas que convivieron con ella, y más a sus amigas, quienes dan por seguro que sus secretos se quedarían en el cuerpo muerto de Alison. Pero ¡oh sorpresa! Pasan tres años y para la mala suerte de las pequeñas protagonistas se enteran de que Alison no era la única persona que sabía sus sucios secretos, ya que comienzan a llegarles mensajes a sus celulares un tanto amenazantes y chantajistas donde se les echan en cara sus horribles pecados.

Ya he hablado del tema secundario de esta serie, pero sin duda el tema por el cual esta serie nos lleva a mirar como bobos el televisor es: ¡quien es A-!

Esta serie vale la pena verla porque describe la vida de unas aparentemente inocentes adolescentes que tratan de sobrellevar una doble vida: una inocente existencia en la preparatoria y por otra, una vida de imperfección.

Lindas mentirosas está basada en los libros de Sara Shepard. Escritora americana conocida por sus libros dedicados a la literatura para jóvenes adultos, de entre los que habría que destacar precisamente esta serie, adaptada a la televisión con gran éxito por la cadena ABC.

domingo, 26 de febrero de 2012

¡Que pase el desgraciado!

Mariana Cabrera Vázquez 

Con el auge de los medios de comunicación en la década de 1950, llegaron la fluidez en los espectáculos de índole morbosa sobre las intimidades de las celebridades, las pláticas “en confianza” al aire y todos esos espacios para la expresión. Fue precisamente en la década de 1990 cuando los talk show salieron al aire, la satisfacción morbosona del momento en plenitud; la revelación de secretos e intimidades se volvió cada vez más atractiva.

A mediados de los noventas, con la necesidad del horario familiar, era necesario poner un espectáculo televisivo en el que se exhibieron los problemas de las familias comunes. En esa misma década, México atravesaba esa necesidad de comunicación familiar, lo que pasaba “Hasta en las mejores familias” o que contara “Las cosas de la vida”. En un principio esos programas tenían un “buen fin”, hijos perdidos que buscaban a sus padres, y sin imaginarlo los rencontraban al finalizar el programa –entre lluvia de estrellitas y música sentimental-, gente en estado de pobreza que lograba una mejora en su vida a decisión de una mujer extraña que aún cuando lloras no deja de ponerte el micrófono – el carrito sandwichero, la solución para la pobreza y el desempleo-.

Por si fuera poco, durante el auge psicológico y de terapia familiar, el oportunismo televisivo aprovechó para meter psicólogas bellas y bondadosas que presenciaban el morboso espectáculo y en el clímax emotivo intervenían con sus consejos, caricias y pañuelos.

Cuando la atención del público bajó y los programas en horario familiar descendieron en su audiencia, las crisis médicas aparecieron en escena: esos calmantes inyectados de emergencia, los hombres musculosos que tenían que intervenir cada vez que los hombres golpeadores intentaban asesinar a sus esposas infieles; amantes que se despedazaban, arañaban y arrancaban el cabello. La postura imparcial de la dulce conductora del pueblo (en mi opinión amañada) tuvo que comenzar a ser parcial, a darle la razón a alguien y decir lo descarados que eran aquellos personajes infames del programa. Pasamos a escuchar adjetivos demasiado groseros en boca de la misma conductora ahora parcial: desgraciado, zorra, descarada, infeliz, desalmada.

La hora familiar dejó de ser para historias tristes de final feliz y de superación personal, y pasó a ser la hora del morbo, de las desgracias, los agarrones, las infidelidades “y ahora qué dice la pobre víctima de Kalimba”, y los desgraciados no dejaron de pasar. Esa hora del chisme, la satisfacción de violencia, intrigas y una mujer extranjera que se refugia en nuestro país con el pretexto de amarlo demasiado.

No es menos que para apagar el televisor y lamentarse por todos aquellos que en un rato de ocio y falta de interés pos la cultura, caen en las babas (garras) de las cadenas televisivas, cuyo único fin es subir el “rating” en esta maraña globalizada de pastiche cultural que involucra los problemas en hogares latinos con el estilo estadounidense – de donde originalmente vienen estos deplorables espectáculos-. He ahí la manada siguiendo a los extranjeros, que meten y sacan a desgraciados del escenario, callan a viejas enredosas y abrazan a las pobres criaturas victimizadas. Vaya horario familiar que tenemos, y vaya deplorable condición cultural, que mantiene estas lástimas en el aire.

Breaking bad: delincuencia con causa

Margarita Orozco Escamilla

No todo es lo que parece. Así podría definirse esta serie que ha cautivado a la audiencia desde su primer episodio, hace dos años.

Walter White, un cincuentón con severos problemas económicos ejerce dos trabajos: uno como maestro de química en una preparatoria y el otro como milusos en un servicio de autobaños, donde lo mismo cobra en la caja que abrillanta rines en el aceitoso y enjabonado patio, algunas veces ante las burlas de alumnos que eventualmente pasan por ahí y lo observan hilarantes realizar labores impropias de un maestro, según sus achatados criterios.

Su entorno familiar no es precisamente típico pues con medio siglo a cuestas está próximo a ser padre, junto con su esposa, Skyler, de un bebé no programado que vendrá a ser hermano de Walter Jr., adolescente con severos problemas motores y de lenguaje, quien a menudo requiere de ayuda por alguno de sus padres en tareas tan sencillas como subirse los pantalones, lo que no le resta encanto y sencillez y lo hace poseedor de una innata ternura. Su padre interviene en su defensa cuando el chico es objeto de las burlas de jóvenes físicamente sanos. Va a clases como todos los de su edad y no se siente especial ni diferente, al contrario: es un joven dulce que ama y respeta a sus padres.

Su sagaz esposa, preñada, trata siempre de complacer a un marido que las más de las ocasiones está cansado, debido sobre todo una tos fúrica y rabiosa. Aun con su embarazo Sky trata de ser agradable a él y no perder el hilo de la comunicación entre ambos, Walter de repente se ve rebasado por las presiones laborales en una escuela donde los chicos no quieren aprender y en un auto baño en el que su jefe es un tirano insensible, además de los malestares cada vez más frecuentes que experimenta durante las horas laborales.

Tiene Walter un cuñado que trabaja en la DEA capturando con eficacia a productores, distribuidores y traficantes de estupefacientes y es sumamente efectivo en su cargo, al grado de que sus jefes le demuestran el aprecio por su trabajo promoviéndolo y premiándolo cada vez que atrapa en su red un pez gordo. Este cuñado, ufano de su labor policial, cuenta cándidamente que es infinita la cantidad de dólares que se puede generar en el negocio de las drogas.

Un día como tantos en el autobaño, Walter cae inconsciente y es llevado en ambulancia a un hospital donde le realizan estudios que revelan su estado: cáncer de pulmón. Se siente abatido por tan nefasta noticia pero la oculta a todos. Su pesar es grande, ya que está a punto de ser padre por segunda vez, no cuenta con Walter junior para hacer frente a las responsabilidades implícitas cuando él llegue a faltar y opta por no comentarlo a su esposa, ya que teme que eso afecte la salud, tanto de ella como del bebé por nacer.

En una redada en que Walter acompaña, en calidad de mirón a su cuñado, una operación de captura a un fabricante de estupefacientes, observa ataviado con chaleco antibalas desde el asiento trasero del vehículo cómo llegan agentes de la DEA comandados por su cuñado, a someter a un delincuente por la vía del elemento “sorpresa”. De una ventana de los altos de la casa vecina es lanzado un joven desnudo y tras él su ropa. Walter lo reconoce como ex alumno problemático y nada aplicado en estudiar, involucrado en la venta de enervantes además de consumidor regular de estupefacientes. En ese mismo instante Walter fragua el plan de lo que será lo que le quede de vida antes de morir: a merced de sus vastos conocimientos de química, se dedicará a producir drogas y asociarse con el joven para que éste, conocedor del oficio de colocación y venta, las distribuya. Todo con el, lícito para Walter, objetivo de dejar protegida a su familia en cuanto él falte, por lo menos en el aspecto monetario.

A partir de ese momento empezará una doble vida para Walter que caminaré entre su rutina habitual y la nueva modalidad como delincuente. Una sociedad en la que el químico producirá drogas de la más alta calidad y el traficante realizará la distribución sistemática del producto, con todas las vicisitudes, desacuerdos, rivalidades, miedos, peligros y sobre todo infracciones a la ley que conllevará la siniestra pero altamente productiva mancuerna, sin olvidar que su cuñado está metido hasta las orejas en la búsqueda y eficaz captura de delincuentes del ramo a que ha decidido dedicarse el atribulado Walter, y sin dejar a un lado que su ex alumno no se distingue por ser propiamente inteligente o rápido de respuesta.

Juntos enfrentarán un sinfín de aventuras a cual más peligrosas, como asesinatos, amenazas de muerte, sobresaltos indecibles y sobre todo para Walter, honesto jefe de familia, la incursión en terrenos de alta exposición de la vida, todo a escondidas de sus seres más cercanos, razón por la que tendrá que estar siempre inventando toda serie de argucias y argumentos para hacer que su conducta parezca normal, aunque de ello nada tendrá su comportamiento a partir de iniciado el negocio de los barbitúricos.

Los Simpson en México

Cecilia Flores Sandoval

Todos conocemos a Los Simpson. Desde 1989 han encantado al público de todo el mundo. Sin embargo, en un principio la serie fue concebida especialmente para un público estadunidense. Representaban a una típica familia norteamericana donde los personajes y la trama estaban muy relacionados con la vida en alguna ciudad pequeña de Estados Unidos.

Últimamente, su éxito se ha transferido a México, cobrando mayor fama hasta el día de hoy. ¿Por qué sucedió esto? Una posible respuesta sería que en Estados Unidos el concepto de familia ha cambiado mucho, ya casi no existe la familia nuclear o las parejas como Homero y Marge que se preocupan por salvar su matrimonio hasta en las peores situaciones.

En Estados Unidos, este modelo de familia, por decirlo así, ha desaparecido. La enorme cantidad de divorcios y de familias que nos son tradicionales han marcado una nueva pauta en la vida del estadounidense, y es obvio que un programa como este ya no llame su atención como antes lo hacía.

Además existen otros elementos por los cuales esta serie ha tomado una creciente popularidad en México. Homero es un personaje que representa, ya no al norteamericano promedio, sino al mexicano y, ¿por qué no?, al centroamericano promedio.

La cultura del abuso, muy presente en el padre Simpson, es muy común en un nuestro país tanto como otros atributos del personaje: la pereza, la corrupción, el conflicto religioso, el desafío a las autoridades entre otras cosas. La razón por la que es gracioso el comportamiento de Homero es porque lo vemos en nuestra sociedad, desde el conflicto doméstico más simple hasta el más complejo problema con la ley.

Así mismo, el racismo, al cual se hace referencia en varios episodios de la serie, es otro aspecto de la vida del mexicano, que aunque no se hable de él explícitamente, está dado en actitudes contra el indígena, el migrante y el extranjero en general. La falta de cultura es otro elemento que podemos rescatar, notamos que Lisa es la única en la familia que tiene un consumo cultural y los demás miembros, quizás salvo su madre, hacen burla de ella por preferir las bibliotecas a los partidos de béisbol. ¿Eso no pasa en México?

Existen muchos elementos que podríamos notar en la serie que son reconocibles en nuestra sociedad mexicana. La manera en que se representa la educación, a las autoridades, a las celebridades y a las personas en general corresponde muchísimo con lo que vivimos el día de hoy en nuestro país.

Por ello, creo que es interesante observar con detenimiento las actitudes que se muestran en el programa, encontraremos muchas que nos resultarán familiares. ¿Es porque ha cambiado nuestra cultura y nos hemos hecho más norteamericanos? ¿o es que la serie representa temas y situaciones que son comunes a todas las sociedades?

Quizás es algo de ambos, el cambio de cultura y de percepción del mundo además de los temas recurrentes en la serie. Es evidente, pues, que Los Simpson han sido y seguirán siendo una serie cómica que se consume bastante en todas las regiones del mundo, presentando problemas que llegan hasta nosotros porque nos hemos identificado con ellos.

Diez cosas que la gente debería saber sobre Los Simpson (pero que en realidad no sirven de nada)

Oscar J. Franco

Los Simpson son definitivamente un clásico. Han permanecido en el gusto popular por más de 20 años y se han vuelto uno de los referentes obligados más importantes de la sociedad. Todo es parodiable en el mundo amarillo. Nada ni nadie se escapa: personajes históricos, músicos, actores, escritores, pintores, políticos, inventores.

Eso es parte del encanto, pues lo mismo puedes ver una parodia de El Cuervo de Edgar Allan Poe en los especiales de Halloween que una de El ciudadano Kane en el capítulo en que el Sr. Burns busca a Bobo, su osito perdido. Son legendarias las parodias de Terminator, El Rey León, Indiana Jones, Psicosis, El padrino, La Guerra de las Galaxias, La dama y el Vagabundo, Karate Kid, El resplandor, Drácula, Pulp Fiction, etcétera.

Pero no sólo se trata de tomar escenas, películas, personajes, situaciones y diálogos ingeniosos para mezclarlos entre sí. Los Simpson van más allá y logran integrar a la cultura pop elementos más “profundos”: ideologías religiosas, políticas, artísticas y filosóficas, sin perder el toque humorístico.

Sirva como ejemplo esta frase de cuando Homero está a punto de morir ahogado: “No soy un hombre de plegarias, pero si estás en el cielo, sálvame por favor Superman”. En otro capítulo un ecologista le dice a Lisa mientras mantienen una discusión sobre como salvar el planeta “Soy vegan nivel cinco, no como nada que produzca sombra”. Ni que decir de la famosa apertura donde vemos la evolución darwiniana de Homero Simpson.

Los ideales y creencias parecen quedar en un plano superficial por la ironía con que se tratan, aunque en realidad sucede todo lo contrario. Matt Groening, el creador de la serie, aclara que entre más referencias tenga el espectador, más disfrutará con Los Simpson. Y tiene toda la razón.

Ahora sí, diez datos inútiles, pero entretenidos sobre esta serie:

1. El legendario “D’Oh” (¡Ouh!) de Homero, ha sido incluido en el Oxford English Dictionary.

2. Tienen el record de mayor número de estrellas invitadas a una serie televisiva.

3. Tienen su propia estrella en el paseo de la fama de Hollywood.

4. Springfield es uno de los nombres más comunes en los estados americanos.

5. Matt Groening nombró a los personajes en honor a su propia familia.

6. Han ganado 25 premios Emmy.

7. Cada episodio tarda seis meses en producirse.

8. Todos los actores que le dan voz a los personajes principales han ganado un Emmy en la categoría de Mejor interpretación de voz.

9. En la versión árabe de la serie, Homero bebe agua carbonatada en lugar de cerveza.

10. Es la serie animada con el mayor número de episodios en Estados Unidos.

domingo, 12 de febrero de 2012

Recuerdos


Edna Michel Ramírez Martínez

Nunca me gustó vivir en el pasado, volver a revivir esos recuerdos. Demasiado patético para mí escuchar una y otra vez los viejos romances de mi madre, la historia de cómo se conocieron mis abuelos, entre otras anécdotas que ya no recuerdo. Si me pagaran por cada vez que escucho esas viejas historias de amor, igual no sería rica pero al menos tendría para comprarme un refresco y unas papas. Pero uno no puede decir “de esa agua no beberé”, porque al final de cuentas uno termina tragándose sus propias palabras.

Recordar es doloroso, al menos para mí lo es. Traer su nombre a mi mente me causa escalofríos, pero es inevitable cuando todo hace que me acuerde. No maldigo el día en que lo conocí, ni el lugar donde nos vimos por primera vez, ni la canción que se escuchaba de fondo en ese instante, tampoco odio a mis amigas por haberme dejado sola aquella noche en que la luna brillaba, ni el hecho de haber estado algo ebria en el momento.

Tal vez este tipo de cosas suceden por algo, es como si alguien o algo te observara y se diera cuenta que te valen madre los recuerdos y anécdotas de los demás y que andas por la vida sin complicaciones o, como diría esa canción, “ya lo pasado, pasado, no me interesa”, y el día menos esperado, lo vez y te enamoras como pendeja (o pendejo, todo depende a que bando pertenezca), y vives los mejores momentos, de tu existente vida, pero no recapacitas que estás coleccionando RECUERDOS que en el futuro volverán a tu mente (o a tu corazón, todo depende qué camino tomen) y harán estragos en tu vida o mejor dicho vendrán a joderte por completo y hacerte tragar esas palabras que suenan más o menos así: Nunca me gusto vivir en el pasado, volver a revivir esos recuerdos, demasiado patético para mí.

Siempre fui una romántica de closet (no sé si aún lo sigo siendo, tal vez sí, pero me niego a aceptarlo), soy de las que reniega del amor pero por dentro lo anhela, de las que se inventa una historia de amor para si misma, y la que siempre espera al príncipe azul, Por eso, cuando lo conocí no sé, como que empecé a inventar esa historia de amor, con un chingo de aventuras, paseos por el parque, cenas románticas, y todas esas cosas cursis que uno hace cuando se enamora, y sin darme cuenta coleccionaba más y más recuerdos con fecha de caducidad. Olvídese antes de esta fecha…, pero cuando se está con la persona que uno ama qué maás da lo que pase en el futuro.

Pero lo bueno como lo mano algún día tiene que llegar a su fin y, pues nada, se llegó el fin para los dos. Tratamos de ser indiferentes en la despedida, nos juramos seguir siendo amigos, seguir frecuentándonos y no sé qué tanta pendejada más, pero ya no lo volví a ver, dejé de ir a los lugares que solíamos ir juntos, y al parecer él hizo lo mismo, ya que después me enteré de que él tampoco los frecuentaba más. Dejé de sentarme en la banca del parque, dejé de alimentar a los patos, que ya no eran nuestros, ya no eran de nadie. Dejé de escuchar esas canciones que me cantaba al oído, dejé de soñar con el príncipe azul y comencé a vivir de los recuerdos por más dolorosos que sean. Sé que algún día nos volveremos a encontrar, recordaremos esta historia de amor (si es que se le puede llamar así) y seguiremos con nuestras vidas, porque al final de cuentas solo será un recuento más para contarle a los nietos.

Amorómetro


Luis Ricardo Guerrero Romero

Querer a una persona equivale a decir: 
No morirás (G. MARCEL)

Aunque el Príncipe de la Canción nos recuerde que amar y querer no es igual, en nuestro interior nos acosa el afán por descubrir la verdad entre estos dos “estímulos y emociones” humanos que reafirman la definición de hombre según Freud (el hombre es un manojo de emociones y pensamientos), la inquietante sospecha que todos algún día hemos tenido de, si quiero o amo, o de si me aman o me quieren, sigue siendo hoy un tema colosal y de intensas corazonadas.
            
Para descubrir el amor debemos alejarnos de cupidos y “candiles”, pues a los primeros los aniquiló la mercadotecnia y de  los segundos nunca hay que confinarnos. El hombre amante, así como el caminante o el cantante, es el hombre que actúa o vive se esa acción, la necesidad de amor es tan fuerte y tan grande como la necesidad de un Dios, sencillamente el hombre necesita esta necesidad, tal vez se la crea, pero por amor, por amor a la vida, a él mismo. Lastimosamente la civilización equis-equis uno, poco se apega al amor único, por eso se pregunta y quiere encontrar la diferencia entre amar o querer, quisiéramos ir al súper mercado y comparar un amorometro y así evaluar el como vamos más o menos amando; el filosofo A. Pfänder llama al amor “un tomar partido en favor de la existencia del amado”, y Pieper traduce el “te quiero”  por un “es bueno que existas”. La relación de amor es clara y únicamente del hombre al hombre, y del hombre  a la cosa, es un acto volitivo. Sin embargo no encontraremos por ningún lado un amorometro, y lo único que nos ayudará a apreciar o mejor dicho a regentar y guiar el amor será la fidelidad, pues el amar gramaticalmente es un verbo regular, pero sustancial y activamente es lo más irregular en el acto humano, por ello la fidelidad, es el parámetro que tenemos para sondear nuestro amar, pues no se puede amar sin creer en el futuro, sin tomar a cuanta la afirmación del otro en un tiempo próximo, la fidelidad garantiza el sí al tú en el tiempo, es decir que en la fidelidad mora el amor, fidelidad a mi trabajo, a mi pareja, a mi cuerpo y mi alma, a la amistad, hasta a un Dios, que es por lógica la misma fidelidad.

Aurelio Agustín, mejor conocido como San Agustín, dijo: la medida del amor es amar sin medida, y es cierto, las medidas son exactas y con un margen de error, nuestro acto de  amar ha de ser vida, y de la vida no hay un conocimiento exacto, sino es hasta el morir; morir es parte de la vida. A todo esto habrá que sumar que para amar hay que dominar-se, saberse y conocerse, Potentissimus est qui se habet in potestate (el más poderoso es el que se domina a sí mismo) Séneca.

Pero si de todas formas aún se quiere ir en busca de un aparato que mida el amor, puede usted viajar por dentro de su ser y preguntar, preguntarse hasta la muerte cómo ha venido amando. Próspero día del amor

Ama et fac quod vis (ama y has lo que quieras): Sn. Aguistín

De un hombre para sí mismo


Miguel Ángel Rivera Ruiz

Para ti.

La tarde entraba a raudales a través de los poros de la cortina. La alcoba tenía el verdor pálido de las alas de una gigantesca libélula. En medio de un andrajoso lecho reposaba un cuerpo; las sábanas no alcanzaban a cubrir su desnudez. Llamativo, viril, con la ancha espalda vuelta al techo, abriendo un delicioso surco que viene de debajo de los hombros hasta las nalgas, firmes, casi infantiles. Perecía bajo el cansancio.  No lejos se encontraba un joven tendido con la cara y los ojos en la vacuidad del atardecer; igualmente desnudo, sonoro a la rapidez con que absorbía el aire que manaba de la habitación. Era su rostro tan genuino como la luna, de atardecer el ensortijado cabello, asesinos sus ojos, fuente los delineados labios. Atento a las voces de su piel,con los poros aún ardiendo de pasión, miró a  donde dormía el nuevo amante. Era lo suficientemente hermoso para una fiera que busca llevar hasta su nido plumajes que después robará para si mismo. Miraba sin recordar de quién se trataba. Empapado por el deseo, una gota de sudor le bajó hasta los labios y como un predador que reconoce el olor a sangre le abalanzó un lujurioso frenesí por acabar con aquello de una vez.  Continuaban los estertores, ardiendo se levantó para mirar una vez más su presa. Pronto la  poca luz mostró su cuerpo magnifico, ancho de hombros, erguido por unas piernas propias de los cazadores, observaba como quien hace un crimen que tiene años haciendo y  al que aún no se acostumbra.  Se llevó la mano a la boca para no gritar y en aquellos ojos se adivinaba el terror de un dolor como quien sabe que va a morir.  La pronta obscuridad ejercía sobre la expresión cansada un juego que sólo la locura es capaz de maniobrar. Apenas el terror ofrecía una leve molestia al cuerpo que se mantenía en la misma posición. Devoraba aquel rostro transfigurado, devuelto de un infierno, era suyo. Ahora el Horror le consumía: sin darse cuenta estuvo entregado a su propia figura que nada tenía ya de suculenta. Se había abrazado a su miseria, apretando, arañando, chupando con ansias el mismo cuerpo ciego de lujuria. Intentaba arrancarse el rostro que ahora poseía las arrugas del asco. Ahí estaba él, plácido como un fantasma que ha satisfecho su deseo más negro: amarse a sí mismo sobre todas las cosas. 

Enamorado


Francisco Acosta Martínez

Sin darme cuenta estaba dentro de su hechizo, atrapado en ese lamento incesante que me envolvía y conmovía con un encanto sutil, mágico. Sin prestar atención al idioma comprendí cada palabra de lo que cantaba. La música de su voz era inigualable, un objeto inefable, capaz de llegar al alma. Algunas notas estuvieron mal dadas pero la interpretación… esa estaba en la dosis justa.

Y nuestro entorno desapareció, el mundo entero se cerró en nosotros. No había más cosas que ver, no había más cosas que oír. Y la penumbra se rompía por una luz que bañaba a la cantante, por un rayo que se deslizaba en su piel como quien sigue un camino sin saber a donde va. Y el ruido, el ruido guardó silencio como avergonzado en el momento, como una disculpa que tenía que agradecer.

Las notas seguían saliendo con su danza perpetua en el aire, dibujaban arcoíris, pentagramas con la música más bella. El fiato se transformó en un encantador susurro que me rozaba en cada compás. Las corcheas, las fusas y semifusas fueron las flechas que cupido lanzó a un corazón cansado, herido por tanto amar.

Así se dio; con graves cimenta y crea la emoción, con agudos me lleva al cielo, a la orilla del universo. Es un clímax infinito que bifurca mi razón, el final apoteósico con el que todo compositor sueña, ella lo logra sin querer, sin desearlo. Simplemente es ella, simplemente canta como le da la gana, como sólo ella lo sabe hacer.

Cada fin de semana vengo al mismo lugar con la intención de mirarla, hoy silbaré, aplaudiré para seguir el juego de la muchedumbre, le gritaré un par de cosas para que note mi presencia. Si sonríe o me mira mi corazón latirá como nunca antes, se desbordará con la euforia pagana que provoca un romance, sé que será una ilusión, un juego sin valor alguno porque ella no me verá diferente al resto de los asistentes.

Aparecerá en cualquier momento. Estoy ansioso por ver cómo se recorre esa gran cortina que dejará al descubierto a una figura divina rodeada por músicos y aparatos. La luz ha bajado un poco, es el augurio infalible de un comienzo inminente. Me acomodo en la butaca y cierro los puños para reprimirme, para contenerme.

El telón se abre entre chirridos de fierros viejos y oxidados. Un aura enmarca a la mujer, los violines suenan en compases de dos cuartos y su voz retumba en piano hasta en los poros del inmueble. Una sonrisa altanera se dibuja en mi cara cuando escucho la letra, italiano perfecto, dicción prodigiosa.

Ella canta al amor, a una fuerza suprema de la que nadie escapa. Lo llama locura y felicidad. Lo describe como lágrimas y risas que se mezclan para crear algo nuevo. Asegura que no se puede huir del amor, que lo sigues aunque pongas resistencia.

Atónito, así me encuentro. No podré, la impotencia me invade y me cubre la boca para evitar que palabra alguna sea emitida. Soy débil, lamentablemente débil. Saldré triste de aquí, con la mirada en el piso y la cabeza agachada. Reprimiré mi enamoramiento, ella nunca lo sabrá. ¡Vaya, si soy cobarde!

Julia de noviembre

Oscar J. Franco

So never mind the darkness we still can find a way 

'cause nothin' lasts forever even cold November rain.

Guns and Roses - November rain

Un escalofrío recorrió su espalda, a modo de premonición. Sabía lo que sucedería enseguida. ¡Y cómo no iba a saberlo! Dejó el café a medio terminar y subió las escaleras con urgencia, hacia su habitación. En el escritorio encontró lo que buscaba, lo único que en ese momento le devolvería la calma: lápiz y papel.

Cuando conoció a Julia era noviembre y llovía. Aunque él estaba, a su manera, comprometido con su trabajo y ella a punto de casarse, fue, lo que podría decirse, amor a primera vista. Ella era como un sueño. Él era escritor.

Julia era protagonista de su primera novela, iba a casarse con Mario, abogado exitoso, pero el exceso de trabajo terminaría con la relación. Esa era, al menos, la idea original, pero le resultó tediosa. Además, había descubierto que podía escribir mejor sobre Julia, así que celosamente borró todas las páginas donde salía Mario y se dedicó a escribir sobre ella.

Llenó cientos de páginas describiendo sus ojos y sus labios. Una noche se dio cuenta de que no sólo la escribía, sino que soñaba con ella. Y que balbuceaba entre sueños: Tengo hambre de tu boca, de tu voz, de tu pelo y por las calles voy sin nutrirme, callado, no me sostiene el pan, el alba me desquicia, busco el sonido líquido de tus pies en el día, luego, reconoció en sus palabras las de Neruda y supo que eso sólo podía significar algo.

Días después dejó de dormir…

Se había enamorado. Escribía para verla, para contemplarla. Julia era su Beatriz, su Fermina y su Julieta. Un amor imposible. Aunque no se resignaba a quererla así: en el papel, inmaterial e imperceptible. No. Necesitaba más. Necesitaba…decírselo. Ella no podía volverse real, pero él, en cambio, si podía volverse ficción. Sí podía transformarse en Dante, Florentino o Romeo.

Se convirtió en un personaje y en la novela también era noviembre y también llovía y también se enamoró. Un escalofrío era siempre el precursor de Julia. El equivalente a mariposas estomacales: recorría su espalda y le hacía abandonar inmediatamente lo que sea que estuviera haciendo. Dejaba de ser él para darle vida al otro, al personaje, al que sí podía acariciar a Julia. Terminó esa novela y empezó otra, lo que fuera con tal de mantenerla a su lado, de sentirla viva, de seguirla amando.

Pero poco a poco Julia se fue desvaneciendo. Por más que trataba, ya no podía escribir sobre ella. Su imagen se le estaba olvidando. El amor de su vida moriría así, borrada de su memoria. Intentó pintar su rosto basado en las descripciones que había hecho y nada. El resultado no se parecía a la Julia de sus sueños. Releyó sus textos una y otra vez, intentando imaginar de nuevo su cara, sus manos, sus labios. Y nada. Ahora ni el mismo nombre le evocaba algo. Julia se había ido.

Pero mañana otra vez sería noviembre y con suerte llovería.