domingo, 12 de febrero de 2012

Julia de noviembre

Oscar J. Franco

So never mind the darkness we still can find a way 

'cause nothin' lasts forever even cold November rain.

Guns and Roses - November rain

Un escalofrío recorrió su espalda, a modo de premonición. Sabía lo que sucedería enseguida. ¡Y cómo no iba a saberlo! Dejó el café a medio terminar y subió las escaleras con urgencia, hacia su habitación. En el escritorio encontró lo que buscaba, lo único que en ese momento le devolvería la calma: lápiz y papel.

Cuando conoció a Julia era noviembre y llovía. Aunque él estaba, a su manera, comprometido con su trabajo y ella a punto de casarse, fue, lo que podría decirse, amor a primera vista. Ella era como un sueño. Él era escritor.

Julia era protagonista de su primera novela, iba a casarse con Mario, abogado exitoso, pero el exceso de trabajo terminaría con la relación. Esa era, al menos, la idea original, pero le resultó tediosa. Además, había descubierto que podía escribir mejor sobre Julia, así que celosamente borró todas las páginas donde salía Mario y se dedicó a escribir sobre ella.

Llenó cientos de páginas describiendo sus ojos y sus labios. Una noche se dio cuenta de que no sólo la escribía, sino que soñaba con ella. Y que balbuceaba entre sueños: Tengo hambre de tu boca, de tu voz, de tu pelo y por las calles voy sin nutrirme, callado, no me sostiene el pan, el alba me desquicia, busco el sonido líquido de tus pies en el día, luego, reconoció en sus palabras las de Neruda y supo que eso sólo podía significar algo.

Días después dejó de dormir…

Se había enamorado. Escribía para verla, para contemplarla. Julia era su Beatriz, su Fermina y su Julieta. Un amor imposible. Aunque no se resignaba a quererla así: en el papel, inmaterial e imperceptible. No. Necesitaba más. Necesitaba…decírselo. Ella no podía volverse real, pero él, en cambio, si podía volverse ficción. Sí podía transformarse en Dante, Florentino o Romeo.

Se convirtió en un personaje y en la novela también era noviembre y también llovía y también se enamoró. Un escalofrío era siempre el precursor de Julia. El equivalente a mariposas estomacales: recorría su espalda y le hacía abandonar inmediatamente lo que sea que estuviera haciendo. Dejaba de ser él para darle vida al otro, al personaje, al que sí podía acariciar a Julia. Terminó esa novela y empezó otra, lo que fuera con tal de mantenerla a su lado, de sentirla viva, de seguirla amando.

Pero poco a poco Julia se fue desvaneciendo. Por más que trataba, ya no podía escribir sobre ella. Su imagen se le estaba olvidando. El amor de su vida moriría así, borrada de su memoria. Intentó pintar su rosto basado en las descripciones que había hecho y nada. El resultado no se parecía a la Julia de sus sueños. Releyó sus textos una y otra vez, intentando imaginar de nuevo su cara, sus manos, sus labios. Y nada. Ahora ni el mismo nombre le evocaba algo. Julia se había ido.

Pero mañana otra vez sería noviembre y con suerte llovería.

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