domingo, 12 de febrero de 2012

Enamorado


Francisco Acosta Martínez

Sin darme cuenta estaba dentro de su hechizo, atrapado en ese lamento incesante que me envolvía y conmovía con un encanto sutil, mágico. Sin prestar atención al idioma comprendí cada palabra de lo que cantaba. La música de su voz era inigualable, un objeto inefable, capaz de llegar al alma. Algunas notas estuvieron mal dadas pero la interpretación… esa estaba en la dosis justa.

Y nuestro entorno desapareció, el mundo entero se cerró en nosotros. No había más cosas que ver, no había más cosas que oír. Y la penumbra se rompía por una luz que bañaba a la cantante, por un rayo que se deslizaba en su piel como quien sigue un camino sin saber a donde va. Y el ruido, el ruido guardó silencio como avergonzado en el momento, como una disculpa que tenía que agradecer.

Las notas seguían saliendo con su danza perpetua en el aire, dibujaban arcoíris, pentagramas con la música más bella. El fiato se transformó en un encantador susurro que me rozaba en cada compás. Las corcheas, las fusas y semifusas fueron las flechas que cupido lanzó a un corazón cansado, herido por tanto amar.

Así se dio; con graves cimenta y crea la emoción, con agudos me lleva al cielo, a la orilla del universo. Es un clímax infinito que bifurca mi razón, el final apoteósico con el que todo compositor sueña, ella lo logra sin querer, sin desearlo. Simplemente es ella, simplemente canta como le da la gana, como sólo ella lo sabe hacer.

Cada fin de semana vengo al mismo lugar con la intención de mirarla, hoy silbaré, aplaudiré para seguir el juego de la muchedumbre, le gritaré un par de cosas para que note mi presencia. Si sonríe o me mira mi corazón latirá como nunca antes, se desbordará con la euforia pagana que provoca un romance, sé que será una ilusión, un juego sin valor alguno porque ella no me verá diferente al resto de los asistentes.

Aparecerá en cualquier momento. Estoy ansioso por ver cómo se recorre esa gran cortina que dejará al descubierto a una figura divina rodeada por músicos y aparatos. La luz ha bajado un poco, es el augurio infalible de un comienzo inminente. Me acomodo en la butaca y cierro los puños para reprimirme, para contenerme.

El telón se abre entre chirridos de fierros viejos y oxidados. Un aura enmarca a la mujer, los violines suenan en compases de dos cuartos y su voz retumba en piano hasta en los poros del inmueble. Una sonrisa altanera se dibuja en mi cara cuando escucho la letra, italiano perfecto, dicción prodigiosa.

Ella canta al amor, a una fuerza suprema de la que nadie escapa. Lo llama locura y felicidad. Lo describe como lágrimas y risas que se mezclan para crear algo nuevo. Asegura que no se puede huir del amor, que lo sigues aunque pongas resistencia.

Atónito, así me encuentro. No podré, la impotencia me invade y me cubre la boca para evitar que palabra alguna sea emitida. Soy débil, lamentablemente débil. Saldré triste de aquí, con la mirada en el piso y la cabeza agachada. Reprimiré mi enamoramiento, ella nunca lo sabrá. ¡Vaya, si soy cobarde!

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