domingo, 26 de febrero de 2012

¡Que pase el desgraciado!

Mariana Cabrera Vázquez 

Con el auge de los medios de comunicación en la década de 1950, llegaron la fluidez en los espectáculos de índole morbosa sobre las intimidades de las celebridades, las pláticas “en confianza” al aire y todos esos espacios para la expresión. Fue precisamente en la década de 1990 cuando los talk show salieron al aire, la satisfacción morbosona del momento en plenitud; la revelación de secretos e intimidades se volvió cada vez más atractiva.

A mediados de los noventas, con la necesidad del horario familiar, era necesario poner un espectáculo televisivo en el que se exhibieron los problemas de las familias comunes. En esa misma década, México atravesaba esa necesidad de comunicación familiar, lo que pasaba “Hasta en las mejores familias” o que contara “Las cosas de la vida”. En un principio esos programas tenían un “buen fin”, hijos perdidos que buscaban a sus padres, y sin imaginarlo los rencontraban al finalizar el programa –entre lluvia de estrellitas y música sentimental-, gente en estado de pobreza que lograba una mejora en su vida a decisión de una mujer extraña que aún cuando lloras no deja de ponerte el micrófono – el carrito sandwichero, la solución para la pobreza y el desempleo-.

Por si fuera poco, durante el auge psicológico y de terapia familiar, el oportunismo televisivo aprovechó para meter psicólogas bellas y bondadosas que presenciaban el morboso espectáculo y en el clímax emotivo intervenían con sus consejos, caricias y pañuelos.

Cuando la atención del público bajó y los programas en horario familiar descendieron en su audiencia, las crisis médicas aparecieron en escena: esos calmantes inyectados de emergencia, los hombres musculosos que tenían que intervenir cada vez que los hombres golpeadores intentaban asesinar a sus esposas infieles; amantes que se despedazaban, arañaban y arrancaban el cabello. La postura imparcial de la dulce conductora del pueblo (en mi opinión amañada) tuvo que comenzar a ser parcial, a darle la razón a alguien y decir lo descarados que eran aquellos personajes infames del programa. Pasamos a escuchar adjetivos demasiado groseros en boca de la misma conductora ahora parcial: desgraciado, zorra, descarada, infeliz, desalmada.

La hora familiar dejó de ser para historias tristes de final feliz y de superación personal, y pasó a ser la hora del morbo, de las desgracias, los agarrones, las infidelidades “y ahora qué dice la pobre víctima de Kalimba”, y los desgraciados no dejaron de pasar. Esa hora del chisme, la satisfacción de violencia, intrigas y una mujer extranjera que se refugia en nuestro país con el pretexto de amarlo demasiado.

No es menos que para apagar el televisor y lamentarse por todos aquellos que en un rato de ocio y falta de interés pos la cultura, caen en las babas (garras) de las cadenas televisivas, cuyo único fin es subir el “rating” en esta maraña globalizada de pastiche cultural que involucra los problemas en hogares latinos con el estilo estadounidense – de donde originalmente vienen estos deplorables espectáculos-. He ahí la manada siguiendo a los extranjeros, que meten y sacan a desgraciados del escenario, callan a viejas enredosas y abrazan a las pobres criaturas victimizadas. Vaya horario familiar que tenemos, y vaya deplorable condición cultural, que mantiene estas lástimas en el aire.

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