De niña nunca me imaginé a mi misma yendo
a trabajar por la mañana, la corbata, los zapatos lustrosos y el maletín, las
cosas que asociaba a lo profesional, artículos masculinos rodeaban ese pensar
lejano de los objetos que jamás usaría o veía propios de alguien más.
En mi infancia tuve el privilegio desgraciado de pensar acerca de cosas
poco profundas pero poco superficiales; en casa me gustaba por ejemplo ver a mi
madre cortar cebolla rápida y perfectamente en la cocina, me preguntaba si esos
cubitos podrían ser más pequeños, hasta que un día me atreví a usar un cuchillo
clandestinamente y comprobarlo por mi misma, del resultado sólo recuerdo el
olor desagradable de mis dedos.
En la escuela divagaba igual, en una ocasión leí de la pobre biblioteca
de la primaria una brevísima biografía de Sor Juana llena de dibujos, entre
ellos uno que mostraba a la pequeña genio cortándose el cabello a falta de
memoria, me pregunté durante mi lectura si podría haber algo tan difícil de
aprender que la dejara calva. Así mi mundo infantil se compuso de pensares
perecidos a los olorosos cuadritos de cebolla y la calvicie prematura de Juana
de Asbaje, la profesión futura no pasaba por mi mente.
En alguna ocasión un profesor nos preguntó a uno por uno qué queríamos
ser de grandes, sería hipócrita afirmar que recuerdo lo que respondí. Pero
gracias a otro recuerdo tengo una respuesta quizá cercana a lo que pude haber
sino dicho, deseado. Yo veía los calendarios multigráficos de mi casa por
todas partes, todos regalos de los locales cercanos, que mostraban montañas
genéricas, valles estériles y cascadas predecibles pero bien presentadas, me
imaginaba a mí misma fotografiándo esos escenarios, mi gusto por los calendarios ha durado
desde ese entonces; a los once años en National Geographic Channel (programa
que descubrí gracias a la revista que coleccionaba por las imágenes)
lanzaron una convocatoria para contratar fotógrafos, aquí vino mi primer atisbo
de vislumbrar un futuro profesional: mamá, quiero ser fotógrafa. Ella rio, pero
no fue de esa risa causada por una sana ocurrencia, fue una risa de timbre
corto y despectivo. Dejé los calendarios por un tiempo.
Después me adentré en el dibujo gracias a mi hermano, siempre fuimos cómplices
de juegos y yo siempre estuve pendiente de su influencia; él solía dibujar y durante
un largo tiempo yo sólo lo observaba, después cómo era de esperarse tomé lápiz
y papel, hacía dibujos menos animescos que mi compañero, los ojos realistas y el
cabello detallado destacaban en mis formas, más tarde mi hermano dejó el dibujo
y yo terminé por hacer retratos; no le dije a nadie “quiero ser retratista” (o
cualquier cosa que tuviera que ver con el dibujo), ni a mí misma, quizá por que ya lo hacía. El secreto duró
años hasta que a los trece una de mis amigas lo descubrió y me robó la idea. Yo
escribía pequeños cuentos y los ilustraba con una o dos imágenes, aquella amiga
optó por hacer lo mismo y tiempo después dijo que quería estudiar diseño
gráfico... si alguna vez me pasó por la mente lo dejé de lado.
Otro de mis hábitos era poner atención en la forma en la que las
personas se dirigían a otras. A los diez años a uno de mis compañeros de clase se le
ocurrió llamar "señora" a la maestra, el hecho nos causó risa y él
nunca dejó de hacerlo, todos sabíamos que no era propio, pero no sabíamos
exactamente porqué. Así también me di cuenta de que los compañeros que llamaban
por su nombre a sus padres en lugar de papá o mamá, eran los más groseros en
clase; en mi familia pasaba algo
relacionado, descubrí, no recuerdo si por casualidad o por ingenio, que a la
madre de mi padre le molestaba que no la llamáramos "mami", poco
después les revelé a todos mis primos el secreto para poder molestarla con una
sola palabra: abuela. Ella solía responderme con otro término: chiquilla; eso realizó
conmigo y varios de mis primos durante muchos años hasta hoy, lo cual me hizo
pensar otra cosa: fuera cual fuera la edad, si ella se molestaba con nosotros,
el término para denotarlo era el mismo, siempre acompañado de una mala palabra
de su amplio repertorio: mugre chiquilla, piche chiquillo, cabrones chiquillos.
Quizá dejé de preocuparme de un futuro profesional desde antes de saber
que lo pensaba, sigo pensando más bien, no tanto por gusto sino por inercia, en
sor Juana y sus sonetos que me recuerdan
su calvicie prematura, ya no me acerco a los cuadritos de cebolla porque soy
quizá psicológicamente más sensible a ellos por haberlos destazado casi al infinito, aunque continúo
pensando en ellos, y sigo sin imaginarme
a mí misma yendo a trabajar por la
mañana con la corbata, los zapatos y el maletín
que jamás usaría por que los veo propios de alguien más; me gustaría decir que por
esto y por mi historia de fotógrafa y de retratista frustrada no me queda mas
que ser escritora, pero no, no soy más que una pinche chiquilla que escribe por
placer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario